sábado, 16 de octubre de 2010

De camino al Toboso.

Advertí a Sancho que la noche se estaba entrando en más andar, con más oscuridad de la que era menester para alcanzar ver con el día al Toboso. Pues era mi voluntad tomar la bendición y licencia de la sin par Dulcinea. Disparates decía Sancho de haber visto a mi señora Dulcinea ahechando trigo. Refutaba yo, con las verdaderas razones que pasaba haciendo en su día mi dama, inigualable. Compare con varias verdaderas y famosas hazañas, lo que Sancho venía disputando. Recordé nuestros medios cristianos por los cuales podríamos llegar a ser famosos en nuestras hazañas. Preguntó Sancho detalles de la sepultura de todos los caballeros participes de las hazañas que había contado. Respondí con la verdad, dependiendo del comportamiento en vida de estos caballeros. Con breves y algunas acertadas razones, propuso Sancho que nos diéramos a ser santos, humildes y así alcanzaremos la fama de muchos que también pensaron de esta manera, como los frailes.

Así pasamos platicando la noche. Al otro día al anochecer, descubrimos la gran ciudad del Toboso. Entramos en el Toboso a media noche. Descansaban sus integrantes y así no se escuchaba nada más que el silencio de vez en cuando interrumpido, por animales. Ordené a Sancho que se dirigiera al castillo de mi señora Dulcinea. Sancho se renegó, argumentando que la hora no era adecuada. Di con un bulto que conocí a la distancia pero era la Iglesia del pueblo. Semejantes incoherencias decía Sancho manifestando que el castillo de mi dama estaba edificado en una callejuela sin salida! Cuál estupidez! Por si no sobraba ya, me dijo Sancho que él tampoco había visto a mi señora Dulcinea, nunca antes. Pregunté a un labrador que venía cantando un romance, que en donde vivía la princesa Dulcinea del Toboso. No me pudo dar una exacta razón sobre el hogar de mi dama. Propuso Sancho un lugar donde me pudiera emboscar y él regresaría a la ciudad para buscar a mi señora. Así encontramos, a dos millas del lugar, una floresta donde me pude emboscar.

Regresó Sancho en busca de mi doncella. Siendo él, el más afortunado escudero, teniendo el honor de apreciar tan altísima dama. Le pedí que me enterase de las reacciones de mi amada Dulcinea cuando él le hablare de mí.

Me avisó Sancho, que del camino del Toboso, venían tres labradoras, que según Sancho alguna de ellas, era Dulcinea del Toboso. Confundido estaba mi escudero, llamando a una de las aldeanas, reina y princesa. Ordené a Sancho que se levantara de donde arrodillado estaba, ante la señora labradora. Pero descubrí que no era más que el maligno encantador que me perseguía, quién había puesto nubes y cataratas en mis ojos, transformando la sin igual hermosura y rostro de mi dama en una labradora pobre. Y mi rostro en el de un vestiglo para que fuese aborrecible para mi dama. Insistía mi señora, bajo el encantamento, que la dejáramos seguir y así lo hicimos. Pero la borrica en la que iba, dando corcovos, dio con Dulcinea en el suelo. Corrí a ayudar a mi dama, pero no fue de su provecho, pues se levanto sola y sin problema, montó en la albarda y partió.

Mal quisto de encantadores soy! Y desdichado de mí!

Seguimos el camino a Zaragoza, para llegar a las solemnes fiestas que ahí se celebraban.

La tercera venturosa salida a las ordenes de la caballería.

Estando enteradas mi Ama y mi sobrina de mi tercera salida caballeresca, trataban sin remedio, hacer que desistiera de mi correspondencia a la caballería andante. Explicaba yo, incansablemente, la importancia de cada uno de los verdaderos caballeros andantes y de los distintos linajes que hacen caballeros a ciertos vasallos. Trayendo cada uno sus propias consecuencias y verdades de su propio destino. Pero no se les salía de la cabeza, tales blasfemias de llamar a los caballeros andantes como fábula y mentira. Proseguía con mi explicación de los dos caminos que los hombres pueden seguir para llegar a hacer ricos, el de las armas y el de las letras y que era mi voluntad seguir el camino de las armas, siguiendo la senda estrecha de la virtud y que esta no acaba en vida. A este tiempo llamó a la puerta, Sancho Panza y con él hable de las siguientes razones.

Me informo Sancho que ya estaba listo, en asuntos de su familia, para salir a laborar con mi fiel escudero. Me pidió Sancho que le dijere cuanto era su salario. Le comente que en ninguna de las historias andantes, he leído o conocido algún salario para los escuderos, pero son su fiel seguimiento en su caballero, en algún momento se verían premiados con una ínsula y con titulo de señoría. Así era la única opción, de otra manera, saldría sin escudero.

En ese momento entro el Bachiller Sansón Carrasco diciendo una cantidad de razones que no pude terminar de entender bien todo aquel relato, pero se comprendía fácilmente, la admiración hacia mí. Así mostré a Sancho que iban haber más de un escudero, ofreciéndome sus servicios. Entonces, dio Sancho sus explicaciones, en donde cabía la culpa de su esposa, Teresa, porque fue por ella que él llego preguntando por su salario. Con estas razones, confirmamos la salida dentro de tres días.

Partimos un día al anochecer, camino al Toboso. Yo en mi buen Rocinante y Sancho en su rucio. Sansón estuvo presente, se despidió y nos pidió información sobre la ventura de nuestras hazañas.

Algunos hechos ocurridos en casa.

Las voces provenían de mi ama y mi sobrina, quienes detenían a Sancho Panza en la entrada, sin mínima intención de dejarlo pasar. Prudentemente mande a que dejaran pasar a Sancho. Hable con él, y le explique el quando caput dolet..., pues era necesario esclarecer algunas ideas de Sancho. Pregunté qué se decía de mí en ese lugar. Me contó Sancho de las imprudentes e ignorantes calumnias de ciertos vasallos e hidalgos. Pero también me entere, que nuestra historia ya estaba siendo escrita, nombrándome como El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y a Sancho por su nombre. La fuente de esta información era un tal Sansón Carrasco, quién informo a Sancho sobre el autor de esta obra, quien era: Cide Hamete Berenjena. Mande a traer al bachiller Carrasco, para poder informarme, de amplia manera, sobre lo dicho por Sancho.

Imagine que algún sabio había hecho mis caballerescas hazañas en estampa. Pensé que por el nombre: Cide, aquel autor fuese moro.

Recibí al bachiller, quién me introdujo sin que yo hubiese dicho palabra. Me afirmo que había hasta doce mil libros de mi historia, impresos y distribuidos por Portugal, Barcelona y Valencia. Pregunté al Bachiller sobre las hazañas que se ponderaban en la historia. A lo cual me contó Carrasco algunas hazañas que se contaban. Empezó Sancho a decir imprudencias, hasta que lo detuve e hice que Sansón continuara. Pero el ímpetu de Sancho, prosiguió contando de su prometida ínsula por gobernar. Contó Carrasco que una de las tachas de la historia, era la novela El Curioso Impertinente, cuestioné, entonces, la sabiduría del autor de mi historia. Argumente mi razonamiento a esa afirmación y escuche los argumentos del Bachiller, en cuanto a la responsabilidad de publicar un libro. Sancho se fue a su casa, pues moría de hambre. Yo me quedé en penitencia con Sansón, hasta que Sancho regresó y renovamos nuestra plática.

Respondió Sancho todas las preguntas de Sansón, sobre partes de la historia que en el libro no se contaban. Pregunté a Carrasco, si había otra cosa que enmendar en esa leyenda y si el autor prometía segunda parte. De cosa que enmendar, no sabía Sansón, con certeza y de la segunda parte tampoco. De pronto se escucharon relinchos de Rocinante, felicísimo agüero fue ese, y prometí hacer otra salida dentro de tres o cuatro días. Pedí consejo a Sansón al lugar de donde comenzaría mi jornada. El Bachiller me aconsejo el reino de Aragón y a la ciudad de Zaragoza, por las solemnísimas fiestas de San Jorge. Proseguía Sancho con su repetitivo discurso catedrático. Rogué al bachiller que compusiera unos versos, de tal manera que el nombre de Dulcinea del Toboso, se leyera de alguna manera. Quedamos en eso y se decidió que la salida iba a ser de allí a ocho días.