En el patio, se levantaba un túmulo, y se mostraba un cuerpo muerto de una tan hermosa doncella, que hacía parecer con su hermosura a la misma muerte. Entraron el Duque y la Duquesa, nos sentamos en dos sillas que al lado habían. Reconocí que la doncella sobre el túmulo, era la hermosa Altisidora. No había más explicación que los malandrines encantadores. En eso entraron seis dueñas en procesión para cumplir el desencantamento que la doncella tenía por cumplido si Sancho se dejaba. Tranquilicé a Sancho. Altisidora salió del encatamento al poco tiempo, fue cuando le pedí a mi escudero que por obligación se diera los azotes para desencantar a mi Dulcinea. Pero en esto los duques y los reyes Minos y Radamanto y todos juntos fuimos a recibir a Altisidora.
Dormimos esa en el aposento, entre conversaciones de encantadores con Altisidora, los duques y Sancho. Pedí licencia para partir ese mismo día, pues a los vencidos caballeros, como yo, más convenía habitar en zahúrda que no en reales palacios.
En el camino le ofrecí a Sancho el pago por los azotes para desencantar a mi Dulcinea. A lo cual dichosamente accedió mi bendito escudero y dijo que iba a cumplir esa misma noche. Me parecía que las ruedas del carro de Apolo se habían quebrado y que el día se alargaba más de lo acostumbrado. Así ocurrieron los azotes por el doble de precio. Aclarando la falsedad de la segunda parte de Don Quijote con don Álvaro Tarfe, proseguimos hasta encontrarnos con nuestra aldea.
Abracé al Cura y al Bachiller. Fuimos a casa, encontramos a mi Sobrina y Ama. Abrazó Sancho a su hija Sanchica. Conté al Cura que ahora sería el pastor Quijotiz y Sancho el pastor Pancino. Me recosté y comí. Se me arraigó una calentura que me mantuvo por seis días en cama. Un médico me visitó, pedí que me dejaran solo y así descansar.
¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! Recobre el juicio, libre y claro, sin las sombras de los detestables libros de las caballerías. En este momento me sientea punto de muerte y me pesa que el desengaño haya llegado tarde. Mandé a llamar a mis bue nos amigos: el Cura, al bachiller Sansón y maese Nicolás Barbero para confesarme y hacer mi testamento. Pedí a los señores llamarme por mi verdadero nombre: Alonso Quijano el Bueno. Me disculpé de todo corazón con Sancho a quién por locura hice mi escudero, en mi testamento, dejé mi hacienda a Antonia Quijana mi Sobrina, que el salario que le debía se le diese a mi Ama. Mis albaceas al señor Cura y a Carrasco. Que mi sobrina se casase con alguien que no conociera de libros de caballerías y en caso de que aún si lo supiese lo hiciere, perdiera todo lo que le he mandado. Pedí que me disculparan con el autor del libro de las hazañas de Quijote, por haber causado tantos disparates juntos para ser escritos. Y lo más importante: que escribieran este final en tan encariñado diario mío, tal y como yo lo dictaba, pues en mis condiciones me era difícil.