sábado, 13 de noviembre de 2010

Otra intervención de camino a Zaragoza.

Pasamos la noche bajo unos árboles no muy alejados del lugar. Comparando la comedia con la vida, habló Sancho del conocimiento que había adquirido conmigo. Me desperté al oír a un hombre que se llamaba "El Caballero del Bosque", caballero andante de profesión, al igual que yo. Su amada Casildea de Vandalia no correspondía el amor que él le ofrecía. Se presentó el caballero conmigo y basta conversación de nuestras respectivas doncellas y aventuras, teníamos mientras que hablaban a parte mi escudero con el escudero del caballero. Resulto entre nuestras conversaciones, que el engañado Caballero del Bosque, dijese que entre sus tan relevantes y triunfantes batallas, había vencido al Caballero Don Quijote de la Mancha. Dejé que siguiera con su historia, hasta el punto en el que, alzando mi voz de caballero sin la más mínima intención de permitir que tan desgraciado encantador se saliera con la suya, transformándome para que no fuese reconocido por otros caballeros. Informé al Caballero del Bosque que en frente de él tenía al afamado Caballero de la Triste Figura y retándolo a un duelo para confirmar quién obedecería a quién. Avisamos a nuestros escuderos para los preparativos de la batalla. El cobarde de Sancho se subió en un árbol temiendo por las mentiras que se decían del Caballero del Bosque. Ya en la batalla, demostrando mis cualidades irrefutables aunque fuera bajo algún encantamento, derribe al mentiroso Caballero, saliendo victorioso. Pero ha de querer la impredecible ventura que fuese el tal Caballero del Bosque no más que el Bachiller Sansón Carrasco y su escudero Tomé Cecial, vecino de Sancho. Obligué al señor Carrasco a dirigirse al Toboso, para que diera fe a mi señora Dulcinea de mi victoria en el duelo contra él y por supuesto a aclararle que nunca había vencido a Don Quijote de la Mancha sino, a un caballero muy similar.

Así proseguimos nuestro camino a Zaragoza.

Camino a Zaragoza, La Carreta de la Muerte.

Pensativo iba y con desdichada compañera sinrazón. Solté las riendas de Rocinante. Empezó Sancho, para variar su repertorio de idioteces, a decir tales blasfemias de mi dama Dulcinea, cuando era yo el único culpable de sus desdichas.
Conversando ibamos mi escudero y yo, cuando una carreta salió al través del camino, cargada de diversos personajes y figuras. Un demonio que dirigía la carreta, el dios del Cupido y otros personajes más.
Pregunté al diablo su quién era, a dónde iba y quiénes eran todos esos personajes en la carreta. Me explicó que eran de la compañía de Anglo el Malo, eran el auto de Las Cortes de la Muerte, y venían con los mismos vestidos para evitar tener que volverse a vestir. Venían un mancebo de Muerte, el otro, de Ángel, una mujer de Reina, el otro, de Soldado, otro de Emperador y él de Demonio. Dejé que siguieran su camino, para que realizaran su fiesta. Quiso la suerte que llegase uno de la compañía vestido de bojiganga, con muchos cascabeles, que alborotaron a Rocinante. Éste salió corriendo por el campo y dio en el suelo junto conmigo. Se atrevió el Demonio de robarse el rucio de Sancho, pero dando en el suelo, lo dejó y siguió caminando hacia el pueblo. A grandes voces llamaba con su indicado nombre a tan descarado diablo. Saltaron entonces todos de la carreta, cargados de piedras. Advirtió Sancho el peligro temerario de atacar a tal escuadrón. Pensando con mis órdenes de caballería, decidí dejar ese camino, pues no tenía esa gente la mínima noción de la verdadera caballería.