sábado, 13 de noviembre de 2010

Camino a Zaragoza, La Carreta de la Muerte.

Pensativo iba y con desdichada compañera sinrazón. Solté las riendas de Rocinante. Empezó Sancho, para variar su repertorio de idioteces, a decir tales blasfemias de mi dama Dulcinea, cuando era yo el único culpable de sus desdichas.
Conversando ibamos mi escudero y yo, cuando una carreta salió al través del camino, cargada de diversos personajes y figuras. Un demonio que dirigía la carreta, el dios del Cupido y otros personajes más.
Pregunté al diablo su quién era, a dónde iba y quiénes eran todos esos personajes en la carreta. Me explicó que eran de la compañía de Anglo el Malo, eran el auto de Las Cortes de la Muerte, y venían con los mismos vestidos para evitar tener que volverse a vestir. Venían un mancebo de Muerte, el otro, de Ángel, una mujer de Reina, el otro, de Soldado, otro de Emperador y él de Demonio. Dejé que siguieran su camino, para que realizaran su fiesta. Quiso la suerte que llegase uno de la compañía vestido de bojiganga, con muchos cascabeles, que alborotaron a Rocinante. Éste salió corriendo por el campo y dio en el suelo junto conmigo. Se atrevió el Demonio de robarse el rucio de Sancho, pero dando en el suelo, lo dejó y siguió caminando hacia el pueblo. A grandes voces llamaba con su indicado nombre a tan descarado diablo. Saltaron entonces todos de la carreta, cargados de piedras. Advirtió Sancho el peligro temerario de atacar a tal escuadrón. Pensando con mis órdenes de caballería, decidí dejar ese camino, pues no tenía esa gente la mínima noción de la verdadera caballería.

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