sábado, 12 de junio de 2010

La batalla con el gigante del reino Micomicón.

Como lo había dicho antes, dormido había quedado en la venta, más la llegada al reino Micomicón estaba próxima. Y mis deseos de enfrentar al monstruo, que tantas molestias le ha dado a la princesa Micomicona, eran muchos. Pues da la ventura de Dios que me encontré yo, a ese ladrón, malandrín, follón y todo lo que se le parezca, inmediatamente arremetí contra él en tal desaforada batalla que de un revés le derribé la cabeza, hasta dejarlo sin parte alguna de su cuerpo en el apropiado lugar. La sangre corría como si fueran arroyos de agua. De pronto sentí como si un caldero de agua fría se vertiera por todo mi cuerpo, más no otra cosa que la sensación caballeresca del triunfo.
Entregue mi promesa a la princesa Micomicona, hincado de rodillas, le dije que podía vivir de ahora en adelante sin ninguna preocupación, pues ya su caballero había acabado con tan mal nacida criatura.
Tranquilo y tan agotado quedé, que me dediqué a descansar como si regresara a un estado en el que había estado hace un momento...
Me despertaba yo, cuando Sancho llegó a decir unos cuantos disparates, de que no había matado yo otra cosa, que unos cueros de vino y que la princesa Micomicona era un señora Dorotea. Así pues me vestí para ver todos aquellas transformaciones que Sancho, decía, habían ocurrido. Hable con la princesa Micomicona, supuestamente convertida en una doncella particular. Pero ella lo negó y afirmó que seguía creyendo en el valor de mi valeroso brazo. Me enojé bastante con el mentiroso y falacete de Sancho, pues no había dicho más que disparates falsos! Los presentes reconocieron mi fama de gran caballero y esperamos al iniciar del próximo día.
Pasaron por la venta un caballero cautivo y una señora Mora que según lo entendido se llamaba María, pues la Mora no sabía hablar cristiano. Ellos se iban a quedar en la venta. Cenamos con mucho contento, en ese tiempo expliqué a los presentes las labores de los caballeros andantes, que el fin de la guerra es la paz, los trabajos de los estudiantes y cómo llegan a gobernar el mundo desde una silla. Pero comparados a los trabajos de guerreros se quedan muy atrás en todo. Expliqué la pobreza del estudiante guerrero y cómo es más fácil premiar a los letrados que a los soldados. Armas contra letras. Como una ocupa de la otra y la otra ocupa de la una. Así me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me quitaran la ocasión de hacerme famoso. Pero que haga el cielo lo que fuere sevido.

Donde prosigo narrando lo que sucedió en el camino.

Pero ha de traer la ventura que al majadero de Sancho se le ocurriese revelar mi participación en la hazaña de liberar a los galeotes. Pero expliqué a todos la ley de la caballería por la que me regía y así debía ayudar a los menesterosos. Explicó la princesa que sus padres habían muerto y del gigante: Pandafilando de la Fosca Vista, quien aprovechándose de eso amenazaba con quitarle todo el reino si no se casaba con él. El rey, padre de ésta princesa profetizó mi persona como caballero que salvaría su reino. La princesa dijo también, que si el caballero degollaba al gigante, la princesa, si el caballero quisiese, se casara con él y heredaría todo su reino al caballero. Pero aún con todo esto no podía yo, dejarme llevar por un reino lejano, cuando tenía ya mi señora y que a ella debía toda mi vida y profesión. Se atrevió pues, Sancho a dejar salir de su traidora boca tales blasfemias de Dulcinea que con dos palos lo derribe y sino fuera por la princesa ahí le hubiese quitado la vida por meterse con aquella que por tan valiente caballero tenía como amante. Con estas discusiones entre mi escudero y yo, opinó la princesa que nos disculpáramos. Así fue. Vimos a un caballero montado sobre un jumento. Sancho reconoció a Ginés de Pasamonte montado sobre su rucio. Así pues, acuso Sancho al ladrón y éste se fue y dejó el rucio de Sancho. Pregunté a Sancho dónde y cómo encontró a Dulcinea. Pero Sancho respondió lo que yo sabía, pues dejo el librillo de memoria donde yo la había apuntado. Pero me contó que se la dijo a un sacristán que se le trasladó al papel. Eso no me descontaba. Y pregunté otra vez, a Sancho que estaba haciendo la reina de la hermosura. Así me contó lo discreta que era. Y del olor tan aromatizado que se percibía al estar cerca de ella. Dulcinea rasgó la carta pues no sabía leer y no quería que nadie se enterara de sus cartas. Así ella se complacía con lo que Sancho le dijo sobre mí y mi penitencia. Siendo tal liberal se despidió de Sancho. Además hable a Sancho del sabio nigromante pues llevan en volandillas a los caballeros o escuderos distancias lejanas para cuidarlos y ayudarlos. El deseo de Dulcinea por verme, me confundía en saber el que hacer. Pero decidí ayudar a la princesa Micomicona y después ir a la visita de mi señora. Sancho insistía en que yo me casara con la princesa para ganar en dote el reino Micomicón. Pero expliqué a Sancho que si yo lograse cumplir lo que la princesa ocupaba, seguramente me daría una parte del reino y yo se la daría a él. Nos detuvimos para beber en una fuente. Pasó en esto un muchacho y me abrazó fuertemente. Lo reconocí. pues era: Andrés, quien había encontrado atado en una encina anteriormente, siendo azotado por su amo. Me contó Andrés que el villano no cumplió mi orden y terminó de azotarle e insultarle. El muchacho me culpó por haber insultado a su amo. Pero el error estaba en haberme ido yo de aquel lugar sin dejar a Andrés pagado y libre. Recobrando mi promesa de que aquel muchacho fuese pagado, quería ir yo a vengar los azotes de Andrés. Pero la princesa me recordó su don y que no debía desviarme. Así pues, Sancho le dio pan y queso para satisfacer su hambre. Y siguió su camino, no sin antes insultar a los caballeros por entrometidos y no sé cuantas otras cosas más. Iba yo a levantarme para castigarle cuando el muchacho echó a correr y no tenía la voluntad de seguirle. Aunque si quedé muy pensativo de lo que Andrés había contado.
Acabóse la comida, ensillamos y llegamos a la venta, la ventera, ventero, la hija y Maritornes me recibieron y me fue designado un mejor cuarto del de las vez pasada. Ahí me acosté y quedé profundamente dormido, pues estaba muy cansado

sábado, 5 de junio de 2010

De la manera en que salí de mi penitencia, llamado por mis labores caballerescas.

Encontróme Sancho en mis remotas condiciones de penitencia. Me dijo que Dulcinea había pedido verme en el Toboso pero era imposible pues, hasta que yo no hubiese cometido las hazañas menesterosas no era digno de aparecer ante la hermosura de mi dama. Además si eso sucedía corría peligro de no llegar a ser emperador, como estaba obligado, ni aun arzobispo, por lo menos. Vistiéndome estaba, cuando apareció ante mí una hermosa señora, la cual, se arrodillo ante mí, pidiéndome un don. A lo que, respondí que cumpliría mientras no sea en daño de mi rey, mi patria y de aquella que de mi corazón y libertad tiene la llave. Aquella doncella era la princesa Micomicona, del reino Micomicón de Etiopía. El don se trataba de dar venganza a un traidor que tenía en el reino de la princesa usurpado. Concediendo el don y con ayuda de Dios, nos dirigimos donde la doncella nos guiaba. Espantado quedé cuando se me apareció el señor Licenciado alabando mis hazañas de caballero andante. El señor Licenciado se iba a subir en la mula del escudero cuando éste, cayó y sus barbas salieron volando a la distancia. El cura se le acercó y con un bálsamo especial le arregló las barbas y así, seguimos el camino. Pregunté al Licenciado la causa de andar por aquellos caminos, las razones que el sacerdote me dio no fueron para nada de mi conveniencia, pues era que: unos galeotes que iban presos fueron liberados por un loco y esos galeotes habían asaltado al cura, al maése Nicolás y al mancebo que venía con ellos. No ose yo a decir palabra, pues aquel loco del que hablaban había sido yo.