sábado, 12 de junio de 2010

Donde prosigo narrando lo que sucedió en el camino.

Pero ha de traer la ventura que al majadero de Sancho se le ocurriese revelar mi participación en la hazaña de liberar a los galeotes. Pero expliqué a todos la ley de la caballería por la que me regía y así debía ayudar a los menesterosos. Explicó la princesa que sus padres habían muerto y del gigante: Pandafilando de la Fosca Vista, quien aprovechándose de eso amenazaba con quitarle todo el reino si no se casaba con él. El rey, padre de ésta princesa profetizó mi persona como caballero que salvaría su reino. La princesa dijo también, que si el caballero degollaba al gigante, la princesa, si el caballero quisiese, se casara con él y heredaría todo su reino al caballero. Pero aún con todo esto no podía yo, dejarme llevar por un reino lejano, cuando tenía ya mi señora y que a ella debía toda mi vida y profesión. Se atrevió pues, Sancho a dejar salir de su traidora boca tales blasfemias de Dulcinea que con dos palos lo derribe y sino fuera por la princesa ahí le hubiese quitado la vida por meterse con aquella que por tan valiente caballero tenía como amante. Con estas discusiones entre mi escudero y yo, opinó la princesa que nos disculpáramos. Así fue. Vimos a un caballero montado sobre un jumento. Sancho reconoció a Ginés de Pasamonte montado sobre su rucio. Así pues, acuso Sancho al ladrón y éste se fue y dejó el rucio de Sancho. Pregunté a Sancho dónde y cómo encontró a Dulcinea. Pero Sancho respondió lo que yo sabía, pues dejo el librillo de memoria donde yo la había apuntado. Pero me contó que se la dijo a un sacristán que se le trasladó al papel. Eso no me descontaba. Y pregunté otra vez, a Sancho que estaba haciendo la reina de la hermosura. Así me contó lo discreta que era. Y del olor tan aromatizado que se percibía al estar cerca de ella. Dulcinea rasgó la carta pues no sabía leer y no quería que nadie se enterara de sus cartas. Así ella se complacía con lo que Sancho le dijo sobre mí y mi penitencia. Siendo tal liberal se despidió de Sancho. Además hable a Sancho del sabio nigromante pues llevan en volandillas a los caballeros o escuderos distancias lejanas para cuidarlos y ayudarlos. El deseo de Dulcinea por verme, me confundía en saber el que hacer. Pero decidí ayudar a la princesa Micomicona y después ir a la visita de mi señora. Sancho insistía en que yo me casara con la princesa para ganar en dote el reino Micomicón. Pero expliqué a Sancho que si yo lograse cumplir lo que la princesa ocupaba, seguramente me daría una parte del reino y yo se la daría a él. Nos detuvimos para beber en una fuente. Pasó en esto un muchacho y me abrazó fuertemente. Lo reconocí. pues era: Andrés, quien había encontrado atado en una encina anteriormente, siendo azotado por su amo. Me contó Andrés que el villano no cumplió mi orden y terminó de azotarle e insultarle. El muchacho me culpó por haber insultado a su amo. Pero el error estaba en haberme ido yo de aquel lugar sin dejar a Andrés pagado y libre. Recobrando mi promesa de que aquel muchacho fuese pagado, quería ir yo a vengar los azotes de Andrés. Pero la princesa me recordó su don y que no debía desviarme. Así pues, Sancho le dio pan y queso para satisfacer su hambre. Y siguió su camino, no sin antes insultar a los caballeros por entrometidos y no sé cuantas otras cosas más. Iba yo a levantarme para castigarle cuando el muchacho echó a correr y no tenía la voluntad de seguirle. Aunque si quedé muy pensativo de lo que Andrés había contado.
Acabóse la comida, ensillamos y llegamos a la venta, la ventera, ventero, la hija y Maritornes me recibieron y me fue designado un mejor cuarto del de las vez pasada. Ahí me acosté y quedé profundamente dormido, pues estaba muy cansado

No hay comentarios:

Publicar un comentario