sábado, 5 de junio de 2010

De la manera en que salí de mi penitencia, llamado por mis labores caballerescas.

Encontróme Sancho en mis remotas condiciones de penitencia. Me dijo que Dulcinea había pedido verme en el Toboso pero era imposible pues, hasta que yo no hubiese cometido las hazañas menesterosas no era digno de aparecer ante la hermosura de mi dama. Además si eso sucedía corría peligro de no llegar a ser emperador, como estaba obligado, ni aun arzobispo, por lo menos. Vistiéndome estaba, cuando apareció ante mí una hermosa señora, la cual, se arrodillo ante mí, pidiéndome un don. A lo que, respondí que cumpliría mientras no sea en daño de mi rey, mi patria y de aquella que de mi corazón y libertad tiene la llave. Aquella doncella era la princesa Micomicona, del reino Micomicón de Etiopía. El don se trataba de dar venganza a un traidor que tenía en el reino de la princesa usurpado. Concediendo el don y con ayuda de Dios, nos dirigimos donde la doncella nos guiaba. Espantado quedé cuando se me apareció el señor Licenciado alabando mis hazañas de caballero andante. El señor Licenciado se iba a subir en la mula del escudero cuando éste, cayó y sus barbas salieron volando a la distancia. El cura se le acercó y con un bálsamo especial le arregló las barbas y así, seguimos el camino. Pregunté al Licenciado la causa de andar por aquellos caminos, las razones que el sacerdote me dio no fueron para nada de mi conveniencia, pues era que: unos galeotes que iban presos fueron liberados por un loco y esos galeotes habían asaltado al cura, al maése Nicolás y al mancebo que venía con ellos. No ose yo a decir palabra, pues aquel loco del que hablaban había sido yo.

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