sábado, 21 de agosto de 2010

El inicio del encantamento.

Finalmente, los infames cuadrilleros cayeron en cuenta y el cura pagó, no entendí porqué, ocho reales por el yelmo del Mambrino así no se llamase engaño jamás. Así se calmaron los ánimos en el castillo. Quedé libre y me pareció que debía seguir adelante con la aventura del reino de Micomicón. Previne a la princesa para continuar con nuestra misión. A la mano de Dios dimos seguimiento a la misión. Pero salió Sancho, otra vez, tratando de impedir el cumplimiento de mi misión y con sus afirmaciones falsas. Así me enfade tanto que sus cuantas verdades le dije:¡Oh bellaco villano, mal mirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente! Para tales palabras que osó a decir enfrente mío y de todas las doncellas del castillo. ¡Vete villano! Me disculpé por las bellaquerías de mi escudero, pero tendría que a ver sido por vía de encantamento que Sancho dijere todos esas acusaciones juntas.

Me fui a descansar. Cuando desperté, estaba inmóvil, mudo y con muchos fantasmas de ese maldito castillo alrededor. Me encerraron en una jaula y una voz decía que profesaba, que estuviera yo tranquilo porqué con el curso de mi caballeresca vida, llegaré a la flor de la caballería andante, casado con mi Dulcinea del Toboso, de cuyo feliz vientre saldrían mis hijos, para gloria perpetua de la Mancha. Supe que podía confiar en la bondad del sabio encantador que estaba a cargo de mis cosas.

Extrañamente me llevaron sobre un carro de bueyes, que me confundía, pues no es común que a los caballeros andantes los llevan así. Pero todo era posible en estos encantamentos. Sancho insistía uno de aquellos fantasmas endiablados olía a ámbar, pero eran puros engaños de ese diablo. Se despidieron, muy tristemente, de mí, la señora del castellano y su doncella. Las consolé y di esperanza de que Dios me sacara de este encantamento.

Sentado en la jaula, amarrado de las manos, empezamos a caminar. Tras dos leguas, llegamos a un valle, para alimentar y descansar los bueyes. Llegaron unos señores en caballo. Uno preguntó porqué me llevaban así, me dijo que sabía de caballería así que, entendería lo que le dijese. Conté al Canónigo, mi historia. Sancho llegó renegando el hecho de que estuviese yo encantado, discutió entonces con dos de los fantasmas endiablados, éstos se fueron a conversar con el Canónigo, adelante.

Siguiendo con la ilusa confusión de mi yelmo del Mambrino por bacía.

Así, hice caer en cuenta de la razón, al caballero que había afirmado que mi yelmo era bacía. Pero en la confusión de la albarda con jaez de caballo, no me pensaba entrometer. Conté a los señores de las tantas cosas tan extrañas que habían pasado en ese castillo, por puro encantamento. Así que ponerme a discutir si esa era albarda o jaez, ni me atreví a dar sentencia definitiva, eso sería caer en juicio temerario. Quizás por que esos señores no eran armados caballeros, como yo, no tenían que ver con los encantamentos de ese castillo y tendrán los entendimientos libres para juzgar las cosas de ese castillo y no como a mí me parecía. Así hicieron votos entre los señores para decidir que era que. Se discutió entre albarda de asno y jaez de caballo. Se atrevió un cuadrillero a afirmar que era albarda, le señale como bellaco villano y arremetí como mi lanzón para darle su merecido! Pero ha de correr con suerte y se ha hecho pedazos mi lanzón en el suelo! Así arremetí contra los cuadrilleros con mi espada! Sancho aporreaba al señor que quería el jaez. El laberinto de cosas era tal, que me ví metido de hoz y de coz en la discordia del campo de Agramante! Alcé la voz y comprobé mis afirmaciones que en ese castillo habitaba alguna región de demonios y nos habían trasladado al campo de discordia de Agramante. Así hice caer en cuenta al Oidor y al Cura de las posiciones que debían de tomar, siendo uno el rey Agramante y el otro el rey Sobrino. Porque era gran bellaquería que tanta gente principal se matara por causas tan livianas. Entonces se apasiguaron las condiciones del castillo. Sucedió entonces, que uno de esos viles cuadrilleros me tomó, con gran cobardía, por mi cuello pero no ha de conocer ese malandrín quién era yo, lo tome por la garganta y si no lo socorren sus cómplices, ahí hubiese quedado sin vida ese villano. Gracia me hizo, la cantidad de disparates que esa gente soez y mal nacida decía de cuando di libertad a los encadenados. Sus merecidas cosas les dije a esa gente infame con licencia de la Santa Hermandad. Pregunté, ¿Quién fue el mentecato que había firmado mandamiento de prisión contra un caballero andante como yo? Y ¿Qué caballero ha habido, hay ni habrá en el mundo, que no tenga bríos para dar, él solo, cuatrocientos palos a cuatrocientos cuadrilleros que se le pongan delante?

domingo, 15 de agosto de 2010

Sucesos del castillo.

Reté a los cuatro caminantes a que alguno dijere que yo había sido encantado y como mi señora Micomina me dé licencia para ello, yo le desmentiría, le retaría y desafiaría a singular batalla. Pero como ninguno se atrevía a responder y bajo mis ordenanzas de caballería, no podía yo empezar otra empresa habiendo dado mi palabra, de no hacerlo hasta acabar con la que había prometido. Así quede en silencio hasta ver en que paraban las diligencias de aquellos caminantes. Resultó ser que los cuatro señores eran criados de un buen padre quién mandó a buscar por su hijo. Al parecer era el mozo de mulas que había escuchado yo por la noche. El señor, don Luis, no pensaba en regresar con su padre hasta no dar fin a un negocio en que le iba la vida, la honra y el alma, según él decía. Ya para aquella hora, no era necesario guardar más el castillo. Así que, me puse a escuchar los discursos de estos caballeros. Sucedió pues que el señor Oidor, reconoció al tal don Luis como su vecino, y así se apartaron para que don Luis le contara al otro el porqué de todo. De pronto se escucharon en la puerta grandes voces de socorro y era la causa que el caballero del castillo estaba siendo atacado por dos viles señores. Las doncellas del castillo me pidieron ayuda para sacar al caballero de aquella batalla mas no podía yo ayudarle puesto que era menester tener licencia de mi princesa Micomicona para poder socorrerle en su cuita. Así le pedí licencia a Micomicona para socorrer al castellano del castillo. Embracé mi adarga y tomando mi espada, acudí a lugar de la batalla, pero me detuve, puesto que mi escudero no estaba presente y no podía yo poner mano a la espada contra gente escuderil. Así pues, con mi ágil mente caballeresca, gracias a mis persuasiones aquellos señores pagaron al castellano lo que a éste le debían. Llamado por un ruido que venía de la caballeriza del castillo. Sucedía que Sancho Panza peleaba con uno de los caballeros que iba con nosotros al reino de Micomicón, pues éste acusaba a Sancho de ser un salteador de caminos. Pero a todo esto mi escudero defendía mi yelmo de Mambrino y su albarda. Tal vasta razón y fuerza, para defender lo que era de su caballero andante, tenía Sancho, que me propuse armarlo caballero en la primera ocasión que pudiese. Él daría por bien empleada la orden de caballería. Manifesté la verdad porque el señor decía que era bacía mi yelmo del Mambrino...

sábado, 14 de agosto de 2010

Lo sucedido durante mi guarda resguardando el castillo de la hermosura.

Al inicio de mi guarda escuché un canto como de mozo de mulas, al poco rato se detuvo. Mi caballeresca mente no podía dejar de pensar en su razón de vivir, suspiros venían y se iban, preguntándome que hará en ese momento la tu merced? ¡Oh señora mía! Dulcinea del Toboso. ¡Oh luminaria de las tres caras! dame tu nuevas de ella. Que por ella mi corazón padece, gloria ha de dar a mis penas, vida a mi muerte y premio a mis servicios. De pronto, una voz me empezó a hablar una voz desde una ventana de aquel castillo. Era la hermosa doncella, vencida por su amor, me solicitaba desde allí. No siendo descortés, fui con Rocinante donde ella estaba y principalmente me disculpé pero ella me pidió darle una de mis manos para poder salir de aquella ventana. Sentía que me maltrataban la mano. Me dí cuenta que otra vez había sido presa de encantamento y quedé atado. Con mucho enojo trataba de soltarme pero con mucho cuidado porqué si Rocinante se movía, quedaba yo atado. Invoque y pedí ayuda de todos los que me pudiesen ayudar. Me llego a alcanzar el amanecer, hasta que algún desencantador me desencantase. Llegaron cuatro hombres llamando a la puerta. Les dije que a esas horas nadie iba a abrir las puertas del castillo. Los repugnantes señores insistían en que era aquel castillo una venta y en esas discusiones ha de traer la maldita ventura de aquel día, que mi caballo se moviese, me resbalara de la silla y quedara yo colgado casi en el suelo, atado de un brazo, sentía que mi muñeca se cortaba y que mi brazo se arrancaba. Hasta que fui desencantado y caí al suelo, con mi valentía de caballero, me levanté, monté en Rocinante, embrace mi adarga, enristré mi lanzón, y salí a galope sobre Rocinante.

Siguiendo con lo sucedido en la venta.

Entraron a la venta un caballero junto a una fermosísima doncella, que era su hija, a quienes introduje con mucha voluntad y amabilidad al castillo. El señor Oidor, quien era el caballero que entró a la venta, era según el capitán, uno de sus hermanos. Lo llamo capitán, debido a que el cautivo nos acababa de contar su historia, la cual era larga e interesante, en ella él había sido capitán de infantería, no la escribiré pero si la tendré por siempre, presente. Resultó que el señor Oidor era uno de los tres hermanos que tuvieron por padre un caballero muy visionario, quién había partido su hacienda entre sus tres hijos y les había designado a cada uno, una profesión a seguir. Eran naturales de un lugar de la Montañas de León. Y al parecer estos dos hermanos que por la ventura se habían encontrado, siguieron los consejos de sus padre tal y como se los dijo. El señor Oidor reconoció entonces la historia de su hermano, contada por el cura, así contó de su padre y de su otro hermano. Lleno de compasión daba gracias de saber que su hermano estaba vivo, donde sea que estuviera. El cura hizo su pensamiento, acción y así presento a Zoraida, al capitán y al Oidor. Quedé admirado, sin palabra alguna, a tan extraños acontecimientos, definitivamente eso solo podía deberse a quimeras de la andante caballería. Me ofrecí a resguardar el castillo para evitar ser acometidos por algún gigante o mal andante follón, codiciosos del gran tesoro de hermosura que en aquel castillo se encerraba.