domingo, 15 de agosto de 2010

Sucesos del castillo.

Reté a los cuatro caminantes a que alguno dijere que yo había sido encantado y como mi señora Micomina me dé licencia para ello, yo le desmentiría, le retaría y desafiaría a singular batalla. Pero como ninguno se atrevía a responder y bajo mis ordenanzas de caballería, no podía yo empezar otra empresa habiendo dado mi palabra, de no hacerlo hasta acabar con la que había prometido. Así quede en silencio hasta ver en que paraban las diligencias de aquellos caminantes. Resultó ser que los cuatro señores eran criados de un buen padre quién mandó a buscar por su hijo. Al parecer era el mozo de mulas que había escuchado yo por la noche. El señor, don Luis, no pensaba en regresar con su padre hasta no dar fin a un negocio en que le iba la vida, la honra y el alma, según él decía. Ya para aquella hora, no era necesario guardar más el castillo. Así que, me puse a escuchar los discursos de estos caballeros. Sucedió pues que el señor Oidor, reconoció al tal don Luis como su vecino, y así se apartaron para que don Luis le contara al otro el porqué de todo. De pronto se escucharon en la puerta grandes voces de socorro y era la causa que el caballero del castillo estaba siendo atacado por dos viles señores. Las doncellas del castillo me pidieron ayuda para sacar al caballero de aquella batalla mas no podía yo ayudarle puesto que era menester tener licencia de mi princesa Micomicona para poder socorrerle en su cuita. Así le pedí licencia a Micomicona para socorrer al castellano del castillo. Embracé mi adarga y tomando mi espada, acudí a lugar de la batalla, pero me detuve, puesto que mi escudero no estaba presente y no podía yo poner mano a la espada contra gente escuderil. Así pues, con mi ágil mente caballeresca, gracias a mis persuasiones aquellos señores pagaron al castellano lo que a éste le debían. Llamado por un ruido que venía de la caballeriza del castillo. Sucedía que Sancho Panza peleaba con uno de los caballeros que iba con nosotros al reino de Micomicón, pues éste acusaba a Sancho de ser un salteador de caminos. Pero a todo esto mi escudero defendía mi yelmo de Mambrino y su albarda. Tal vasta razón y fuerza, para defender lo que era de su caballero andante, tenía Sancho, que me propuse armarlo caballero en la primera ocasión que pudiese. Él daría por bien empleada la orden de caballería. Manifesté la verdad porque el señor decía que era bacía mi yelmo del Mambrino...

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