sábado, 19 de febrero de 2011

Al amanecer.

Costó levantar al bienaventurado escudero que dormía con tranquilo espíritu. Despierto empezó, sin atraso alguno, a reconocer olores que provenían del lugar de la pronta boda, con ideas de comida y descanso. Listos entramos por la enramada. Lo primero que se apreció a nuestra vista, fue una cantidad enorme de comida que estaba por prepararse o en el proceso. Más de cincuenta cocineros. Por una parte de la enramada entraban hasta doce hermosísimas yeguas con ricos y vistosos jaeces. Celebrando la hermosura de Quiteria, jamás se imaginaban la hermosura que pertenecía a mi dama, Dulcinea. El desfile de ocho ninfas con su respectivo nombre, el castillo de madera, el dios Cupido y carios más, todos vestidos por la riqueza que al rico Camacho pertenecía. Pregunte a una de las ninfas quien había compuesto la danza, a lo que me respondió que un beneficiado de aquel pueblo. Yo apostaba que debía de ser más amigo de Camacho que de Basilio.

En esto Sancho otra vez, con una de sus arengas, plegaba porque con mi muerte, éste Sancho estuviese mudo. Pero esta muy puesto en razón natural que primero llegue el día de mi muerte que el de la de Sancho.

Paré ya a mi escudero, pues no podía aguantar más. Sin duda acertaba en la idea de que Sancho podía tomar un púlpito en la mano e irse por el mundo predicando lindezas. No me quedaba claro cómo siendo el principio de la sabiduría el temor de Dios, Sancho, que le teme más a un lagarto que a El, sabe tanto.

Despertó mis alientos tal cantidad de comida que Sancho andaba y mientras estábamos en estas razones, se oyeron grandes voces y gran ruido. Causábanle las yeguas que con larga carrera iban a recibir a los novios. Me reía de las alabanzas de Sancho ante la que fuera la más hermosa mujer que había visto sino fuera por mi señora Dulcinea de Toboso. Arribó el mancebo Basilio, quién argumentó de muy buena forma la frágil razón del casamiento por puro interés de riquezas. Diciendo esto, asió del bastón y se arrojó sobre él. Acudimos a su ayuda y a pocas voces, el pobre desalentado logró pedir la mano de la esposa. El cura pidió a Basilio que se confesase, pero él se negó hasta que Quiteria le diese la mano: que aquel contento le daría voluntad para confesarse.

Ante tal petición, me pronuncié dando apoyo al pobre herido de alma y espíritu. Con ayuda de otras muchas razones. Quiteria le dio la mano de legítima esposa, Basilio respondió con su soñado “sí”. El cura les dio la bendición.

Para gran sorpresa de algunos y milagro para otros, al terminar tal acto de llorosos y sollozos gestos, se levantó Basilio sacando el estoque de su cuerpo y mostrando la gran “industria”, como él mismo se jactaba, que traía preparada para que todo aconteciese a su favor. Pero no solo de él, pues fue del saber de todos los presentes que aquel acontecimiento fue preparado por los ambos enamorados. Arremetieron todos en contra de Basilio en busca de venganza. Siendo llamado a mi labor, intentaba por todos los medios contener a todos los señores que se oponían a los agravios que el amor hacía. Explicándoles que el amor y la guerra son la misma cosa, que era la única y justa disposición de los cielos. Anteponiendo mi lanza, quedaron Camacho y los suyos, sosegados y tranquilos.

Retirándonos de las fiestas de Camacho, llegamos a la aldea de Basilio.


Lo acontecido después de la partida del castillo de don Diego.

Poco trecho habíamos recorrido saliendo del castillo de Don Diego, cuando nos encontramos con dos estudiantes y dos labradores, al parecer. Saludé a los desconocidos, presentando mi oficio y profesión. Los caballeros me ofrecieron que los acompañara a la presenciar la mejor boda y más rica de todas. Se trataba de la novia Quiteria la Hermosa y el novio Camacho el Rico. Me contaban entre los dos labradores, el bachiller y el licenciado que el verdaderos enamorado de Quiteria era Basilio, hombre con enormes agilidades físicas. Por lo que merecía ese mancebo no solo casarse con la hermosa Quiteria, sino con la misma reina Ginebra, si fuera hoy viva. Pero el problema estaba en los intereses del padre de Ginebra pues no le parecía adecuado casara a su hija con un hombre que no tuviera tantos bienes de fortuna.

En estas conversaciones, empezó Sancho a decir tantos refranes, sentencias y disparates juntos, que como es de costumbre, no se le entendiere ni la mitad de lo que decía.

Comentaba el Licenciado que él había estudiado Cánones en Salamanca. No estando conforme con la manera de pensar del Licenciado, el Bachiller Corchuelo, debatió sus ideas acerca de la destreza de la espada, hasta alcanzar el punto en que tuve que ser maestro de esgrima y juez de esa, no muy averiguada cuestión.

El Licenciado abatió al Bachiller hasta lograr cortarle de estocadas todos los botones de una media sotanilla que traía vestida Corchuelo.

Para sorpresa y demostración de la gran madurez de ambos, quedaron satisfechos, uno por afirmar su opinión y el otro agradecido con el destino por haberlo hecho caer en razón.

Llegamos a la aldea Quiteria, de donde todos eran. Me pidieron que entrar en el lugar donde se celebrara con muchos cantos y música la boda, pero como mis órdenes de caballería lo ordenan tenía que dormir por los campos y florestas antes que en los poblados.

sábado, 12 de febrero de 2011

Continuando en el aventuresco camino

Alegre continuaba mi jornada, conversando con mi escudero sobre el derrotado caballero y sobre los poderosos y viles encantadores que me persiguen.

En estas razones estábamos cuando nos alcanzó un hombre, que detrás de nosotros venía, montado sobre una hermosa yegua tordilla, vestido de gabán de paño fino verde. Inicié conversanción con el caballero. Él, impactado con la presentación de mi honorable profesión, se presentó como un hidalgo más que medianamente rico y llamado don Diego de Miranda. Habló el Caballero del Verde Gabán sobre su hijo, quién estudió seis años en Salamanca, las lenguas latina y griega. Le recalqué a don Diego, la verdadera importancia de los hijos y más aún, la importancia de apoyarlos en la inclinación que el cielo les dio.

Alzando mi cabeza, vi por el camino un carro lleno de banderas reales, lo cual me indicó el inicio de una nueva aventura. Llamé a Sancho para que me diera mi celada. Para impresión mía, cuando encajé la celada en mi cabeza, comenzó mi cuerpo a sudar de pies a cabeza o a ablandarse mis cascos o a derretirse mis sesos. Eso no era sino una señal de la terrible ventura que me esperaba. Pedí a Sancho algo con que limpiarme. Me quité la celada, y dentro he de encontrar requesones! Pedí a Sancho explicación y él se justificó con las maldades de encantadores y como todo puede ser, partí hacia el carro.

Preparado para enfrentar lo que fuese, pregunté al carretero que llevaban en el carro. Me informó que traía dos leones enjaulados, que el General de Orán envía a la Corte, presentados a su Majestad. Decidido a enfrentarme a los leones, Sancho y don Diego trataron de persuadirme. Pero nada es imposible para un verdadero exponente de la ciencia madre: La Caballería. Me bajé de Rocinante para mayor seguridad y presteza a cualquier enfrentamiento que se diera. Y abriendo una de las jaulas, se apareció el afamado y temido León, pero jamás más imponente que las galas caballerescas. Intimidado, el animal dio la espalda y se volvió a echar en la jaula. Pedí al leonero que le diese de palos para echarle afuera. Pero el leonero no lo quiso así. Prometiese el leonero que daría testimonio al Rey de la gran aventura que el Caballero de la Triste Figura.

Regresaron entonces el Caballero del Verde Gabán y Sancho Panza. Alabanzas recibí de todos. Y con estas la invitación del hidalgo para ir a su castillo. Al llegar, me renovaron mis suspiros por Dulcinea, las tinajas a la redonda provenientes del Toboso.

Mi estadía en el castillo de don Diego de Miranda fue muy grata, interesantes platicas entable con su hijo, Lorenzo, sobre las tantas ciencias que incluye la mía, y sobre la Poesía, finísima doncella. Maravilloso poeta descubrí que era don Lorenzo.

Cuatro días fueron suficientes para que mi labor me llamara y fuese de mi gozo partir en busca de nuevas aventuras.