
En estas razones estábamos cuando nos alcanzó un hombre, que detrás de nosotros venía, montado sobre una hermosa yegua tordilla, vestido de gabán de paño fino verde. Inicié conversanción con el caballero. Él, impactado con la presentación de mi honorable profesión, se presentó como un hidalgo más que medianamente rico y llamado don Diego de Miranda. Habló el Caballero del Verde Gabán sobre su hijo, quién estudió seis años en Salamanca, las lenguas latina y griega. Le recalqué a don Diego, la verdadera importancia de los hijos y más aún, la importancia de apoyarlos en la inclinación que el cielo les dio.
Alzando mi cabeza, vi por el camino un carro lleno de banderas reales, lo cual me indicó el inicio de una nueva aventura. Llamé a Sancho para que me diera mi celada. Para impresión mía, cuando encajé la celada en mi cabeza, comenzó mi cuerpo a sudar de pies a cabeza o a ablandarse mis cascos o a derretirse mis sesos. Eso no era sino una señal de la terrible ventura que me esperaba. Pedí a Sancho algo con que limpiarme. Me quité la celada, y dentro he de encontrar requesones! Pedí a Sancho explicación y él se justificó con las maldades de encantadores y como todo puede ser, partí hacia el carro.
Preparado para enfrentar lo que fuese, pregunté al carretero que llevaban en el carro. Me informó que traía dos leones enjaulados, que el General de Orán envía a la Corte, presentados a su Majestad. Decidido a enfrentarme a los leones, Sancho y don Diego trataron de persuadirme. Pero nada es imposible para un verdadero exponente de la ciencia madre: La Caballería. Me bajé de Rocinante para mayor seguridad y presteza a cualquier enfrentamiento que se diera. Y abriendo una de las jaulas, se apareció el afamado y temido León, pero jamás más imponente que las galas caballerescas. Intimidado, el animal dio la espalda y se volvió a echar en la jaula. Pedí al leonero que le diese de palos para echarle afuera. Pero el leonero no lo quiso así. Prometiese el leonero que daría testimonio al Rey de la gran aventura que el Caballero de la Triste Figura.
Regresaron entonces el Caballero del Verde Gabán y Sancho Panza. Alabanzas recibí de todos. Y con estas la invitación del hidalgo para ir a su castillo. Al llegar, me renovaron mis suspiros por Dulcinea, las tinajas a la redonda provenientes del Toboso.
Mi estadía en el castillo de don Diego de Miranda fue muy grata, interesantes platicas entable con su hijo, Lorenzo, sobre las tantas ciencias que incluye la mía, y sobre la Poesía, finísima doncella. Maravilloso poeta descubrí que era don Lorenzo.
Cuatro días fueron suficientes para que mi labor me llamara y fuese de mi gozo partir en busca de nuevas aventuras.
Claro, no puede ser más inspirado!!!! escrito por el mismísimo don Quijote!!
ResponderEliminarAsí es!
ResponderEliminar