domingo, 6 de marzo de 2011

De los acontecimiento en la venta. Cap. XXV, XXVI

En la tarde, encontramos a un hombre que venia caminando, con armas a cargo. El hombre dijo que se iba a hospedar en una venta que cerca estaba, y ahí nos dirigimos. Encontramos después a un mozo que cantando seguidillas, iba, a la guerra en Cartagena. A servir al Rey. Como tengo dicho, es lo primero que se debe de tener en cuenta para empezar una guerra. Aconsejaba al paje, sobre la fama del buen soldado y lo que le puede llegar de repente: la muerte. Nos es bien que a los soldados viejos los hagan esclavos del hambre. Así le ofrecí que fuera a cenar con nosotros a la venta.

En la venta, pregunté por el de las armas. Escuchamos, el Primo, Sancho, el Paje y yo, la historia de un lugar que está a cuatro leguas y media de la venta, sucedió que a un regidor, por una muchacha criada de él, le faltó un asno. El regidor junto con otro compadre, igualmente regidor, fueron a buscar el jumento. Se le ocurrió entonces al segundo regidor, rebuznar por trecho y trecho hasta que el verdadero asno respondiere. Hasta llegar a la calamidad de engañarse mutuamente por lo idéntico que rebuznaban a un verdadero animal. Resolviendo que ahora, rebuznasen dos veces para no confundirse. Lo terminaron encontrando en el bosque comido de lobos. Contaron los dos esta historia a todo el pueblo. Y como el diablo no duerme, terminó por conocerse la historia en otras aldeas, haciendo que cada vez que gente de otros pueblos vieran a uno de la aldea, rebuznasen como dándoles en rostro con el rebuzno de los regidores. Ahora conocidos como el pueblo del rebuzno, forman escuadrones para enfrentar a los pueblos burladores.

En esto entró un hombre vestido de camuza, pidiendo posada en la venta. Pregunté sobre el maese Pedro, el retablo y otras cosas que dijo tal hombre. Resultó que era un titiritero acompañado de un mono que adivina y sabe las respuestas de todo lo que le preguntan. Pregunté al adivinador. Pero no respondió. Sancho preguntó por su esposa. Gran reverencia recibí del maese Pedro, el cual nose cómo ni porqué, dijo mis venturas y las de Teresa Panza. No me correspondía la idea de las adivinanzas de un mono, el tal maese Pedro de seguro, tenía pacto tácito o expreso con el demonio. El mono negó que todo lo que me había pasado en la cueva de Montesinos fuese real. Pero el tiempo y los hechos dirán la verdad.

En esto, el maese Pedro montaba sus cosas en el retablo, para hacer una función. De la cual no quiero ser muy minucioso por la vergüenza que pasé. Se trataba a grandes rasgos de la libertad que dio el señor don Gaiferos a su esposa Melisendra, que estaba cautiva en España, en poder de los moros, ciudad de Sansueña, la que hoy se llama Zaragoza. Por las incoherencias que incluía la historia del maese Pedro, tenía yo que intervenir para corregir ciertas desigualdades con la realidad. En defensa de las leyes de la caballería andante tuve que atacar a los moros, despedazando las figuras del maese Pedro. En estas terminó la borrasca del retablo y todos cenamos.

A la mañana siguiente, se fue el que llevaba las armas y se despidieron el Primo y el Paje. Salimos de la venta y nos pusimos en camino.

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