
Todo marchaba con cautela y éxito cuando ha de ocurrir que se le metió a Sancho el demonio, para salir con unos de sus disparates de la infancia: rebuznando con tal fuerza que uno de los presentes arremetió contra Sancho, pensando que se estaba burlando de él, en su defensa actué, pero era inaudito atacar un ejército, sin tener fin alguno. Por lo cual salí con galopando gracias a Rocinante, y Sancho detrás no muy consiente que se diga pero vivo y montado en su rucio.
Valerosa y acertada sazón o regaño dije a Sancho! Pues tan en hora mala supo rebuznar, que casi lo matan. Continuamos por el camino, en estas razones y reclamos, hasta detenernos en una alameda para pasar la noche. Tanto reproche decía Sancho, con aquel dolor que él decía, que terminó diciendo que mejor sería que se devolviese a su casa. Tal enfado me daban tantas impertinencias, que no iba a impedir ni yo ni nadie, que Sancho regresara a su casa. Según Sancho llevábamos veinte años desde la primera salida a las ordenanzas de la caballería, todo para pedir más reales por su trabajo de escudero, cuando a ninguno existente se le ha dado más que el honor de serlo. ¡Oh malandrín! Asno es y asno ha de ser siempre! Disculpas recibí y acepté, advirtiendo que las promesas han de esperar.
Dormimos en la alameda y a la mañana siguiente seguimos nuestro camino buscando las riberas del famoso Ebro.
Santo Cristo, que se le mete el demonio a Sancho y se pasea en todo!!! jajajaja. Lindísimo.
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