sábado, 29 de octubre de 2011

Camino a Barcelona.


Retornando a las conversaciones entre Sancho y mí persona, hablamos de lo que a uno y a otro le había acontecido. Encontramos algo tapado con sábanas, junto a unos labradores que descansaban en el campo. Me dijeron que eran imágenes de santos caballeros que llevaban a una iglesia. Con gran demostración de sabiduría pude contar la historia de cada uno de ellos. Sin más atraso proseguimos, aunque arrollados por una vacada que nos topamos. 
El pensamiento de Dulcinea rondaba mi cabeza desde el castillo, le pedí a Sancho que se azotara para poder desencantar a mi dama, además de mi negación por comer. Cuando llegamos a una venta, unos caballeros hablaban de que la segunda parte del Quijote ya se había publicado y de ese libro leían. Me presenté y me invitaron a cenar. El libro hablaba mentiras de mí de mis aventuras. Tal falso libro ya había sido publicado en Zaragoza, razón por la cual decidí cancelar nuestro viaje hacia allá.
Decidimos en cambio dirigirnos hacia Barcelona, la señal de que estábamos cerca, fueron árboles llenos de bandoleros ahorcados, pues así era la justicia allá. Intenté azotar a Sancho por mis medios, para lograr desencantar a mi Dulcinea, pero todo culminó en que él decidiría cuándo y cómo azotarse.
En esto amanecía, cuando más de cuarenta bandoleros vivos nos rodearon. Su jefe se hacía llamar Roque Guinart, de quién su fama hablaba por sí sola. Interrumpió nuestra conversación Claudia Jerónima, dama que se presentó como hija de un amigo de Roque. Tal historia contó la mujer que Roque acató a seguirla y dejarnos libres.

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