Apareció ante nosotros en grandioso, místico y famosísimo mar. Antonio Moreno, como se nos presentó, y dijo ser amigo de Roque Guinart, nos invitó a pasar unos día en su casa. En la estadía, salimos para conocer la ciudad, y por supuesto la gente me conocía por mi fama caballeresca. No escrito esto por vanidad sino por importante detalle a mis aventuras. Tras una noche muy movida, regresé a mi cama para descansar. Nos ensenó don Antonio el arbusto que respondía preguntas, y así lo hizo con Sancho. Visité una imprenta y me di cuenta de que estaban “corrigiendo” el libro de Avellaneda, pero igualmente era completamente falso. También visitamos las galeras y estuvimos presentes viendo la situación de los galeotes. Un día paseaba armado, por la playa, cuando me encontré a un hombre que se hacía llamar el Caballero de la Blanca Luna, quien ingenuamente me reto para que aceptara que Dulcinea no era la dama más hermosa de todas. A pesar de todo, fui vencido y me vi obligado a cumplir mi palabra. Me debía de retirar de la caballería por un año pero nunca acepte tal infamia de que mi amada no fuera la más bella del universo.
Camino a la salida de Barcelona, donde me encontré otra vez, con Troya! ¡Ahí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias, ahí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; ahí se oscurecieron mis hazañas; ahí, finalmente, cayó mi ventura para jamás levantarse! Aunque filósofas maneras uso Sancho para levantar mi ánimo, seguí mi camino a nuestra tierra para tener el año noviciado, con cuyo encerramiento cobraremos virtud nueva para volver al nunca de mí olvidado ejercicio de las armas. Sancho, con mucha razón sugirió dejáramos mis armas en algún árbol, en el cuál grabamos lo siguiente:
Conversábamos Sancho y yo, en una noche, pues ambos teníamos el sueño partido. En esas estábamos cuando sentimos un sordo estruendo y un áspero ruido que por todos aquellos valles se extendía. Se trataba de unos hombres que llevaba a vender a una feria más de seiscientos puercos. Atropellándonos, pasaron atrevidamente.
Nadie las mueva
que estar no pueda
con Roldán a prueba.
Encontramos de camino a Tocilos, quien nos informó de todo lo acontecido en el castillo. Ha de ocurrírsele a mi mente, convertirse en pastor durante el año alejado de mi acciones como caballero ordenado. De tal manera nos dedicamos a proponer nombres para nuestras familias y amigos. Como pastor Sansonino al bachiller Carrasco y pastor Curiambro al Cura.

A la mañana siguiente, de vuelta al camino, diez hombres a caballo nos obligaron a seguirlos. Entramos al patio principal del castillo.
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