sábado, 29 de mayo de 2010

Donde cuento mi proseguir en Sierra Morena.

En la punta de una peña pensaba a quien imitar: si a Roldán en las locuras desaforadas que hizo, o a Amadís en las melancólicas. Razonaba para mí mismo, la falta de razón alguna como la de esos otros caballeros para pasar lamentos ni pesadumbres, desnudo en este prado. Pero la memoria de Amadís surgió y bástose para mí la ausencia de mi amada. Bueno pues, me puse manos a la obra, trayendo a mi memoria cosas que me ayudasen a imitar al gran Amadís. Mas yo sabía que lo que más hizo él fue rezar y encomendarse a Dios; pero yo no tenía rosario. Me ingenié, entonces, hacerle nudos a la falda de mi camisa, uno más gordo que los demás y así recé varias veces. Deseaba que se apareciese un ermitaño que me confesase y con quien consolarme. Paseaba por el prado, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos tristes y enamorados versos. Llamaba yo, a varios de los Dioses. Tres días pasaron mientras esperaba yo, el regreso de mi escudero...

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