Ansioso de atrapar pensamientos y enriquecer argumentos, el Ingenioso Hidalgo nos enseña lo más íntimo de su día a día.
miércoles, 28 de abril de 2010
Lo que sucedió al salir de la venta.
Lo que sucedió en la venta que creí castillo.
Llegamos al castillo, fui curado por unas doncellas y una moza del mismo, además muy amablemente me hicieron una cama para mi recuperación. Les contábamos, Sancho y yo, de los caballeros andantes y de mi desenvolvimiento en dicha, gran profesión. Paso que la hija del señor del castillo se enamoró de este caballero y que durante la callada noche vendría a yacer conmigo una buena pieza. Mi honestidad hacia mi señora Dulcinea estaba en juego, pero firme como siempre, no pretendía cometer alevosía contra Dulcinea del Toboso. Llegó la hermosa doncella al aposento del arriero, Sancho y mío, con una camisa de finísimo y delgado cendal, traía en las muñecas unas vislumbres de preciosas perlas orientales, los cabellos eran como hebras de oro de Arabia, finalmente arrojaba de su boca un olor suave y aromático. Le explique a la hermosa doncella de la imposibilidad de satisfacerla aunque de mi voluntad fuera. Sucedió, entonces, que un celoso gigante arremetido contra mí, con semejante puñada que me baño la cara en sangre, mis costillas, me las terminó de mal quebrar. Llegó el señor del castillo a ver que sucedía y se ha armado severa riña entre Sancho, la doncella y el señor del castillo por una confusión que realmente no entendía ya que, si acaso me servía algún sentido. Pero siempre haciendo un llamado a la justicia. Después de que un señor que decía ser de la Santa Hermandad Vieja de Toledo llamara a la calma y todos los involucrados menos Sancho y yo, salieran del aposento, recobré mis sentidos y conversé con Sancho de la más extraña aventura que me había pasado. Sancho también me contaba sobre la aporreada que recibió. Llego luego el moro encantado dirigiéndose a mí como un simple hombre, al reclamarle se aprovecho de mi estado para darme un candilazo por la cabeza. Mandé a Sancho a buscar el aceite, vino, sal y romero necesarios para hacer el salutífero bálsamo. Después de la debida preparación lo bebí y vomite un poco, quedé dormido, al despertarme me sentía aliviado y sano,listo para continuar mis aventuras sin ningún temor. Agradecí al señor alcalde del castillo todas las mercedes que habíamos recibido allí, también ofrecí mis talentosas bondades de caballero para si el alcalde tuviese alguna venganza o pago que cobrar. Pero el alcalde me negó alguna necesidad y más bien me dijo que aquel castillo que yo creía serlo, era una venta y que yo, caballero, debía pagarle la noche de hospedaje y la comida. Expliqué al alcalde mis labores y de como caballero no debía pagar posada ni otra cosa. Pero el alcalde se mostró desinteresado sobre mis derechos como caballero y me pidió la paga, sin más atención al mal hostelero salí en mi caballo de la venta.
sábado, 24 de abril de 2010
La desgracia durante la fracasada búsqueda.

Seguíamos, Sancho y yo, a Marcela por el monte donde vimos, ella se adentró. Anduvimos más de dos horas, buscándola pero sin éxito de encontrarle. Llegamos a un prado lleno de fresca hierba donde pasamos la siesta y comimos lo que encontramos. Desgraciadamente irrumpieron la paz una gente soez y de baja ralea quienes apalearon a Rocinante. Venganza debíamos tomar, saque mi espada y arremetí contra los yangueses que puede, pero eran mayoría. Nos derribaron al igual que Rocinante. En el suelo tendidos, contaba yo a Sancho del proceder cuando aparecen canallas como esos, yo no podía atacar porque ellos no están armados caballeros pero Sancho si podía atacar y derrotarlos a su manera. Pero mi escudero se echo para atrás en esa decisión. Entonces tuve que explicarle la importancia de saber manejar éstas situaciones ya que era necesario para gobernar una ínsula, por ejemplo. Le explique la gran vida de los caballeros andantes y los peligros que ésta profesión implica. Después de ese largo tiempo nos levantamos con muchísimos costos y quebraduras.
Seguimos nuestro camino y descubrimos un castillo.
viernes, 23 de abril de 2010
Lo que sucedió a la mañana siguiente.

A la mañana siguiente nos pusimos al camino los cinco cabreros, Sancho y yo. Se nos juntaron en el camino seis pastores. A los cuales les explique me orden de caballero andante y algunos antecedentes ya que, ellos extrañamente no habían leído de mi afamada profesión. Charle con un caminante de mi profesión y de mi dama: Dulcinea de la cual el caminante no tenía idea de que existía: Oh ignorante! Llegamos al quiebre de dos montañas donde iba a ocurrir el suceso.
Vimos al difunto, Ambrosio, el gran amigo de Grisóstomo, dio una breve referencia de su amigo, Vivaldo, uno de los pastores, le pidió a Ambrosio que recogiera algunos de los papeles que rodeaban el cuerpo del difunto para que esa crueldad, escrita, sirviese de ejemplo para las tiempos venideros. Ambrosio tomó algunos de los papeles que estaban más cerca. Uno de los papeles tenía por título: Canción desesperada. Vivaldo la leyó mientras se abría la sepultura, en ella Grisóstomo se quejaba de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela. De pronto apareció la pastora Marcela, por encima de la peña donde se cavaba la sepultura. De inmediato Ambrosio preguntó con un indignado tono, que era lo que quería y hacía ahí. Respondió la pastora que no venía a hacer ninguna de las cosas que Ambrosio demandó, en voz de su amigo, que pudiese venir a hacer, sino, que venía a aclarar el motivo de las penas de todos los que estaban lamentando la muerte de Grisóstomo. Explicó Marcela que no por ser hermosa estaba obligada a amar a todo lo que decía amarla y que los que se han enamorado de ella con la vista, ella los ha desengañado con palabras. Aseguro con sus fundamentos que Grisóstomo murió por porfiar después de desengañado, lo mató impaciencia y arrojado deseo. Declaró, además, que ella pretendía vivir en soledad, conviviendo, únicamente, con la limpieza de los árboles. Diciendo esto entró por un monte y desapareció. Algunos descarados presentes, querían seguirla pero era necesaria la intervención de mi profesión, con furia e indignación no permití que ninguna persona siguiera a la hermosa Marcela, la cual había demostrado por diversas razones la poca o ninguna culpa con respecto a la muerte de Grisóstomo. Se procedió entonces a la sepultación del difunto.
Me despedí de mis huéspedes y de los caminantes, quienes me rogaron acompañarlos a Sevilla pero mi obligación estaba en despojar a los ladrones de todas éstas sierras.
Determiné buscar a Marcela y ofrecerle todo lo que pudiese darle.
Donde prosigo la narración a de lo sucedido después de la batalla.

Nos llamaba el humeante olor que despedían ciertos tasajos de cabra, hirviendo en el fuego de un caldero. Nos convidaron a la comida, seis cabreros que preparaban la cena. Unas bellotas de la cena me trajeron a mi memoria, la edad dorada, todo era paz, todo era concordia, todo era amistas. Pero en estos detestables siglos e tuvo que instituir la orden de caballería para auxiliar al que lo necesite, contaba yo, toda esta historia a los cabreros y lo principal es que yo pertenezco a esa orden. Cantó para nosotros un mozo, una hermosa melodía. Un amable cabrero me curo la herida en la oreja con hojas de romero. Los cabreros empezaron a hablar de un tal Grisóstomo, que había fallecido y una tal Marcela que parecía la homicida de amor por la que Grisóstomo había muerto. Me contaba Pedro, un cabrero, de lo que fue Grisóstomo: un astrólogo, compositor y padre, un hombre caritativo profundamente enamorado de la hermosísima Marcela, una pastora millonaria. El sufrimiento de la imposibilidad de casarse con su amada por los rechazos de ella, es la causa de su muerte, por lo que él mandó a enterrarse en el pie de la montaña, donde la vio por primera vez y tantas desdichadas cosas que le sucedieron en ese específico lugar. Mañana será el entierro del difunto pero mientras Sancho, Rocinante y éste caballero se durmieron en la choza de Pedro.
viernes, 16 de abril de 2010
El camino después de la batalla.

Recuperados de ésta encrucijada nos adentramos en un bosque que estaba junto al lugar de los hechos. Orgulloso de otra de mis exitosas batallas comentaba con mi escudero de la maravillosa historia que construíamos y que jamás hubo una igual, una con un caballero con tanto brío en acometer, más aliento en el perseverar, más destreza al herir, ni más maña en el derribar. Le conté a Sancho sobre el bálsamo y cómo lo debía aplicar si en alguna batalla llegase el enemigo a partirme por la mitad. Explicaba también a Sancho sobre el cuidado ante las encrucijadas, pues se seguro íbamos a ser atacados en repetidas ocasiones. Explique, también a Sancho que la honra de los caballeros era no comer en mes, y si fuese del caso, comer lo que se tenga a mano. Después de comer algunas hierbas, frutas secas y alforjas nos dirigimos hacía el poblado antes de que anocheciese, pasamos la noche junto a unas chozas de unos cabreros, a cielo abierto, lo que facilitaba la prueba de mi caballería.
Y prosigo con la narración de mis fabulosas historias.

A la mañana siguiente le explique a Sancho la ley de caballería y sus implicaciones. Se nos apareció una de las más famosas aventuras, encantadores que levan hurtada alguna princesa en el coche. Con valentía me puse en la mitad del camino, enfrenté a los encantadores arremetiendo contra uno de ellos, el otro huyo. Me dirigí a avisar a las princesas de su liberación, pero un atrevido caballero interrumpió y amenazó con matarme sino abandonaba el coche. Arremetí contra el irrespetuoso caballero y comencé la batalla con él. Recibí una cuchillada encima del hombro por parte del vizcaíno, los dos estábamos en posición de ataque, listos para descargar dos golpes de espada y sus inimaginables consecuencias. El primero en descargar el golpe fue el vizcaíno, pero la suerte estaba de mi lado. a mi contrincante se le doblo la espada apenas arremetió contra mi hombro, pero mi celada y mi oreja salieron gravemente afectadas. La furia que me invadía era extrema arremetí contra el vizcaíno acertándole la cabeza y derribándolo de su mula mientras se desangraba. Me acerque a él y poniéndole la punta de la espada en los ojos le dije que se rindiese o si no lo pagaría con su cabeza. Las señoras del coche me pidieron que perdonara la vida del escudero, yo acepte, con la condición de que fuesen al Toboso y se presentasen de mi parte ante doña Dulcinea, para que ella haga de él lo que fuese de su voluntad.
La reanudación de mis labores y lo fantástico de una de mis aventuras.

jueves, 15 de abril de 2010
El dichoso día en que fui armado caballero...

Suplicándole al castellano del castillo él mismo me concedió el don de armarme caballero. El castellano me contó de su honroso ejercicio en armar caballeros y él mismo fue en sus años de mocedad, un caballero andante. Me dijo que la capilla de su castillo destinada para velar las armas, estaba derribada para hacerla de nuevo, pero que yo podía velar las armas en el patio del castillo. También me aconsejo diciéndome que el dinero y las camisas limpias eran necesarias para los caballeros andantes. Ansioso porque amaneciera para ser armado caballero, empecé por velar mis armas y la armazón de caballería. Pero sucedió lo inesperado, un atrevido caballero quería acercarse a mis armas, pidiéndole a mi señora fuerza para mi primer afrenta, derribe al caballero. Pero se acerco otro, seguramente para vengar el golpe que le había dado a su amigo, pero sin duda alguna solté mi adarga y alcé otra vez mi lanza, derribando el segundo caballero. Recibí después una invasión de pedradas. Pero salí vivo, el amable castellano intervino y me explico la normativa, diferente, cuando no había capilla para velar las armas, entonces que con solo dos horas era suficiente para poder ser armado caballero. Trajo el castellano el libro para armar caballeros, leyó una oración. alzó su mano y me dio un golpe sobre mi cuello, tras él, con mi espada un espaldarazo. Y finalmente fui armado todo un caballero andante. Con prisa y alegría le agradecí al castellano y monte mi caballo para salir en busca de aventuras.
lunes, 12 de abril de 2010
El único hidalgo con la fortuna de estar destinado para ser un caballero...

La Mancha, mi residencia, lugar donde convivo con mi sobrina y mi sirvienta. Mi gran afición fueron, son y serán siempre los libros de caballerías, aunque antiguamente me gustaba la caza, estos fabulosos libros de caballeros y sus aventuras se convirtieron en mi pasión, cabe mencionar el famoso libro Feliciano de Silva, la claridad de la prosa y las cartas de desafíos simplemente fascinaron mi mente por el gusto de este tipo de lectura. Mi interés llego a tal punto que me empezaba a sentir parte de todas estas grandes aventuras, a interpretarlas mejor, leyendo noches y días completos. Pero me llegué a dar cuenta que yo mismo estaba predestinado para seguir los ejemplos de tan afamados caballeros de los cuales había leído ya bastante, que yo era el afortunado hidalgo de la Mancha con la gran misión de ser caballero, por el aumento de mi honra como para el servicio de la república, hacerme caballero andante, buscando aventuras por todo el mundo y ejercitarme en todo lo que he leído hasta ahora. Lo primero que debo hacer es limpiar las armas y la armadura que habían sido de mis bisabuelos. Después necesitaba un caballo, uno fuerte y de buen porte como el rocín que yo mismo tenía, me tomó cuatro días escoger el nombre apropiado para él pero lo logré, le nombré: Rocinante. Pero fue mucho más complicado encontrar el preciso nombre para el que iba hacer tan afamado caballero, necesité ocho días para escogerlo y decidí llamarme: Don Quijote, pero debía agregarle el nombre de mi patria: La Mancha entonces mi nombre iba hacer Don Quijote de la Mancha. Pero aún faltaba lo más importante: la dama de quien enamorarme, mi inspiración para derrotar al enemigo, a quien le dedicaría todos mis triunfos. Finalmente la encontré: Dulcinea del Toboso, mi amada, mi gran señora.