
Suplicándole al castellano del castillo él mismo me concedió el don de armarme caballero. El castellano me contó de su honroso ejercicio en armar caballeros y él mismo fue en sus años de mocedad, un caballero andante. Me dijo que la capilla de su castillo destinada para velar las armas, estaba derribada para hacerla de nuevo, pero que yo podía velar las armas en el patio del castillo. También me aconsejo diciéndome que el dinero y las camisas limpias eran necesarias para los caballeros andantes. Ansioso porque amaneciera para ser armado caballero, empecé por velar mis armas y la armazón de caballería. Pero sucedió lo inesperado, un atrevido caballero quería acercarse a mis armas, pidiéndole a mi señora fuerza para mi primer afrenta, derribe al caballero. Pero se acerco otro, seguramente para vengar el golpe que le había dado a su amigo, pero sin duda alguna solté mi adarga y alcé otra vez mi lanza, derribando el segundo caballero. Recibí después una invasión de pedradas. Pero salí vivo, el amable castellano intervino y me explico la normativa, diferente, cuando no había capilla para velar las armas, entonces que con solo dos horas era suficiente para poder ser armado caballero. Trajo el castellano el libro para armar caballeros, leyó una oración. alzó su mano y me dio un golpe sobre mi cuello, tras él, con mi espada un espaldarazo. Y finalmente fui armado todo un caballero andante. Con prisa y alegría le agradecí al castellano y monte mi caballo para salir en busca de aventuras.
Me vino a la memoria los consejos de el huésped acerca de las prevenciones tan necesarios para llevar consigo, el dinero y las camisas, determine entonces, regresar a mi casa para armarme de las cosas necesarias y de un escudero. En el camino me encontré con un llamado a cumplir mi profesión, una voces salían del bosque. sin duda, son de algún menesteroso o menesterosa que necesite mi ayuda. Me encontré con un muchacho hasta de quince años de edad atado a una encina y recibiendo los azotes de un labrador. Se debía al mal pago del labrador hacia su criado: el muchacho. Después de discutir el labrador dijo que iba a pagarle a su criado y yo abandone el lugar siguiendo mi camino después de haber resuelto tal agravio que ocurrió. Más adelante me tope con mi nueva aventura, descubrí un tropel de gente, mercaderes toledanos que se dirigían a comprar tela en Murcia. Cuando éstos se acercaban, levante la voz y mandé a que todos confesaran que Dulcinea del Toboso era la doncella más hermosa. Pero uno de los mercaderes osó insultar a mi amada diciéndole tuerta y corcovada, arremetí con todas mis fuerzas contra ellos, pero ocurrió que Rocinante tropezó y cayó. Después de mis plegarias de ayuda un mozo de mulas tomó mi lanza y comenzó a golpearme vil y cobarde-mente. Apaleado quedé, como como papel molido y deshecho. La imposibilidad de levantarme me trajo a la memoria el libro de Baldovinos y del marqués de Mantua y comencé a volcarme por la tierra, dedicándole unos versos de auxilio a mi amada señora. Por suerte paso por ahí un vecino mío, mi tío para ser más preciso, él me ayudo y monto en mi caballo, mientras yo le contaba algunas historias caballerescas. Llegamos a mi casa, y pedí que me llevaran a mi lecho y que llamaran a la sabia Urganda para que me curara. Lo único que quería era comer y dormir.
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