lunes, 12 de abril de 2010

El único hidalgo con la fortuna de estar destinado para ser un caballero...



La Mancha, mi residencia, lugar donde convivo con mi sobrina y mi sirvienta. Mi gran afición fueron, son y serán siempre los libros de caballerías, aunque antiguamente me gustaba la caza, estos fabulosos libros de caballeros y sus aventuras se convirtieron en mi pasión, cabe mencionar el famoso libro Feliciano de Silva, la claridad de la prosa y las cartas de desafíos simplemente fascinaron mi mente por el gusto de este tipo de lectura. Mi interés llego a tal punto que me empezaba a sentir parte de todas estas grandes aventuras, a interpretarlas mejor, leyendo noches y días completos. Pero me llegué a dar cuenta que yo mismo estaba predestinado para seguir los ejemplos de tan afamados caballeros de los cuales había leído ya bastante, que yo era el afortunado hidalgo de la Mancha con la gran misión de ser caballero, por el aumento de mi honra como para el servicio de la república, hacerme caballero andante, buscando aventuras por todo el mundo y ejercitarme en todo lo que he leído hasta ahora. Lo primero que debo hacer es limpiar las armas y la armadura que habían sido de mis bisabuelos. Después necesitaba un caballo, uno fuerte y de buen porte como el rocín que yo mismo tenía, me tomó cuatro días escoger el nombre apropiado para él pero lo logré, le nombré: Rocinante. Pero fue mucho más complicado encontrar el preciso nombre para el que iba hacer tan afamado caballero, necesité ocho días para escogerlo y decidí llamarme: Don Quijote, pero debía agregarle el nombre de mi patria: La Mancha entonces mi nombre iba hacer Don Quijote de la Mancha. Pero aún faltaba lo más importante: la dama de quien enamorarme, mi inspiración para derrotar al enemigo, a quien le dedicaría todos mis triunfos. Finalmente la encontré: Dulcinea del Toboso, mi amada, mi gran señora.
Listo, pues, con todas la prevenciones necesarias y todas las fuerzas para encaminarme hacia las grandes batallas que me esperaban, una mañana, salí al campo muy entusiasmado y cumpliendo uno de mis grandes deseos. Pero apenas di el primer paso, vino a mi mente un pensamiento terrible, y es que, según las leyes de caballería se necesitaba que él fuese armado caballero. Sin embargo estaba yo muy seguro de encontrarme quién me pudiera armar caballero. Recorría yo el campo de Montiel y mi mente dichosa de lo que ocurría no dejaba de pensar en lo afortunado que iba a ser el siglo en que mis famosas hazañas salieran a luz... Cansados, Rocinante y yo, logré divisar un castillo, en la entrada, dos doncellas. El castellano del castillo me ofreció posada y alimento, para mí y para mi rocín.

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