
A la mañana siguiente nos pusimos al camino los cinco cabreros, Sancho y yo. Se nos juntaron en el camino seis pastores. A los cuales les explique me orden de caballero andante y algunos antecedentes ya que, ellos extrañamente no habían leído de mi afamada profesión. Charle con un caminante de mi profesión y de mi dama: Dulcinea de la cual el caminante no tenía idea de que existía: Oh ignorante! Llegamos al quiebre de dos montañas donde iba a ocurrir el suceso.
Vimos al difunto, Ambrosio, el gran amigo de Grisóstomo, dio una breve referencia de su amigo, Vivaldo, uno de los pastores, le pidió a Ambrosio que recogiera algunos de los papeles que rodeaban el cuerpo del difunto para que esa crueldad, escrita, sirviese de ejemplo para las tiempos venideros. Ambrosio tomó algunos de los papeles que estaban más cerca. Uno de los papeles tenía por título: Canción desesperada. Vivaldo la leyó mientras se abría la sepultura, en ella Grisóstomo se quejaba de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela. De pronto apareció la pastora Marcela, por encima de la peña donde se cavaba la sepultura. De inmediato Ambrosio preguntó con un indignado tono, que era lo que quería y hacía ahí. Respondió la pastora que no venía a hacer ninguna de las cosas que Ambrosio demandó, en voz de su amigo, que pudiese venir a hacer, sino, que venía a aclarar el motivo de las penas de todos los que estaban lamentando la muerte de Grisóstomo. Explicó Marcela que no por ser hermosa estaba obligada a amar a todo lo que decía amarla y que los que se han enamorado de ella con la vista, ella los ha desengañado con palabras. Aseguro con sus fundamentos que Grisóstomo murió por porfiar después de desengañado, lo mató impaciencia y arrojado deseo. Declaró, además, que ella pretendía vivir en soledad, conviviendo, únicamente, con la limpieza de los árboles. Diciendo esto entró por un monte y desapareció. Algunos descarados presentes, querían seguirla pero era necesaria la intervención de mi profesión, con furia e indignación no permití que ninguna persona siguiera a la hermosa Marcela, la cual había demostrado por diversas razones la poca o ninguna culpa con respecto a la muerte de Grisóstomo. Se procedió entonces a la sepultación del difunto.
Me despedí de mis huéspedes y de los caminantes, quienes me rogaron acompañarlos a Sevilla pero mi obligación estaba en despojar a los ladrones de todas éstas sierras.
Determiné buscar a Marcela y ofrecerle todo lo que pudiese darle.
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