
Con dificultad me fui despertando, quebrado y malherido, aquel bastardo de Roldán me molió a palos con el tronco de una encina, más no me llamaría yo Reinaldos de Montalbásn si no me las ha de pagar ese atrevido. Pero después de comer me volvió a ganar el sueño. Después de dos días de sueño, me levanté a buscar mis libros, pero no los encontraba y mi sobrina me contó el desastre que había ocurrido mientras yo no estaba en casa, el sabio y encantador Frestón, gran enemigo mío, había venido y se llevo todas las grandiosas obras literarias. Permanecí quince días contando mis maravillosas historias a mis dos compadres: el Cura y el Barbero, también le solicite a un labrador vecino mío, que fuese mi escudero, él acepto después de mis prometedores ofrecimientos, me dedique a buscar la forma de recaudar una razonable cantidad de dinero. Avise a mi escudero el día y la hora en que pensaba ponerme en camino, la idea de que Sancho Panza, mi escudero, fuese en un asno me puso a pensar si pudiese haber algún caballero andante con un escudero caballero asnalmente pero no se me vino a la memoria ninguno, mas determine que lo llevara y en alguna ocasión quitadle el caballo a algún descortés caballero que topase. Salimos, pues, una noche, me dirigí hacia el campo Montiel, mientras Sancho me recordaba la isla que él quería gobernar, fe de ello y mucho más le daba yo a mi escudero. Llegamos a descubrir treinta o pocos más desaforados gigantes, listos para la batalla. Partí hacia la batalla, me encomendé a Dulcinea y arremetí contra el primer gigante, éste con la ayuda del encantador Frestón quién uso sus malas artes en contra la bondad de mi espada, rompiendola y enviandome junto con Rocinante al suelo. Acudió Sancho a donde estábamos y me ayudo a levantarme, proseguimos el camino del Puerto Lápice. Pasamos toda aquella noche entre unos árboles.
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