sábado, 29 de mayo de 2010

Donde cuento mi proseguir en Sierra Morena.

En la punta de una peña pensaba a quien imitar: si a Roldán en las locuras desaforadas que hizo, o a Amadís en las melancólicas. Razonaba para mí mismo, la falta de razón alguna como la de esos otros caballeros para pasar lamentos ni pesadumbres, desnudo en este prado. Pero la memoria de Amadís surgió y bástose para mí la ausencia de mi amada. Bueno pues, me puse manos a la obra, trayendo a mi memoria cosas que me ayudasen a imitar al gran Amadís. Mas yo sabía que lo que más hizo él fue rezar y encomendarse a Dios; pero yo no tenía rosario. Me ingenié, entonces, hacerle nudos a la falda de mi camisa, uno más gordo que los demás y así recé varias veces. Deseaba que se apareciese un ermitaño que me confesase y con quien consolarme. Paseaba por el prado, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos tristes y enamorados versos. Llamaba yo, a varios de los Dioses. Tres días pasaron mientras esperaba yo, el regreso de mi escudero...

Donde narro mi decisión y acontecimiento en Sierra Morena.


Nos despidimos del cabrero y seguimos el camino. Sancho me pidió licencia para regresar a su casa. Entendí yo, las razones de Sancho pero aún así seguimos los dos como escudero y caballero. Le explique a Sancho mis razones para defender a la reina Madásima, además de las leyes de caballería y mi gran hazaña, que andava buscando. Hable a Sancho del más perfecto de los caballeros andantes: Amadís de Gaula, al quien se debía de imitar si se quisiere alcanzar la perfección de la caballería. Conté a Sancho una de las cosas en que Amadís mostró su prudencia y valentía, cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre, mudado su nombre en el de Beltenebros. Quisiera yo, imitar a Amadís haciendo ahí, donde nos encontrábamos, lo del desesperado, del sandio y del furioso, imitando al valiente don Roldán cuando encontró a la bella Angélica cometiendo vileza con Medoro. Pero no pretendía yo cometer tantas locuras como las de Roldán, sino, que con solo la imitación de Amadís, quien sin locuras de daño, sino lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más. Sancho, muy acertadamente, me preguntó que cuál era mi fatal causa para hacer esa penitencia. Ahí estaba el punto, pues quería dar a entender a mi dama que si yo hiciere eso en seco ¿qué hiciere en mojado? . Loco estaba y loco iba a ser hasta que Sancho no me trajere la respuesta de una carta que pensaba enviar con él a Dulcinea del Toboso. Si fuere tal cual a mi fe se le debe, se acabare mi sandez y mi penitencia; y si fuere al contrario, sería loco de veras. Pregunté a Sancho si traía el Yelmo de Mambrino. Sancho seguía sin echar de ver que aquella "bacía de barbero" que él decía era el Yelmo de Mambrino pues cada quien le parecería diferente cosa. Llegamos al pie de una montaña, un prado verde, perfecto para realizar mi penitencia, causado por una luenga ausencia y unos imaginados celos han traído a lamentarse entre éstas asperezas. Me baje de Rocinante y le pedí que se fuera donde quisiera. Pero Sancho pidió a mi caballo para llevar el mensaje a mi amada. Explique a Sacho de la firmeza de mis "calabazadas". Pensaba escribir mi carta en el librillo que era de Cardenio junto con la libranza pollinesca, la firma será "Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura" Me acordé que Dulcinea no sabía ni escribir ni leer pues mis amores y los suyos siempre han sido platónicos. No la había visto cuatro veces y de esa cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba pues tal es el recato y encerramiento con que su padre Lorenzo Corchuelo y su madre Aldonza Nogales la han criado. Sancho la reconoció por conocida suya, hasta ese entonces Sancho reconoció pues mi título de desesperarse y ahorcarse por ella. Le conté a Sancho una historia que le sirviere para reconocer que yo tanto amo yo a Dulcinea como vale la más alta princesa de la tierra. Saqué el libro de memoria y escribí la carta. Al acabarla llamé a Sancho para leerle la carta. Y como mi diario es mi alma en papel aquí también la escribiré:
"Soberana y alta señora:
El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu hermosura me desprecia, si tu valor no es mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en este cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación ¡oh bella ingrata amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto; que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte,
El Caballero de la Triste Figura".
También hice la carta para mi señora Sobrina, pidiéndole dar a Sancho Panza tres de los cinco pollinos que dejé en casa. Sancho preparaba para irse. Pero le pedí que se quedara para verme en cueros y haciendo unas cuantas locuras. Sancho se negaba. Entonces se fue, subido sobre Rocinante y dejando rastro para poder encontrarme cuando regresare mi escudero. Pero Sancho se devolvió para ver una de mis locuras, rápidamente me desnude y di dos zapatetas en el aire y dos tumbas la cabeza abajo y los pies en alto. Sancho siguió su camino.

viernes, 28 de mayo de 2010

Prosigo mi aventura de Sierra Morena.


Escuchábamos al Caballero de la Sierra. Le ofrecí mi valiente ayuda si fuese menester. Le convidamos algo de comer. Después nos llevó a un verde pradecillo y nos dijo que contaría sus desventuras mientras que se le interrumpiera. Me acordaban esas razones el cuento que mi escudero me había contado y por no acordarse del número de cabras que habían pasado el río, quedó la historia pendiente. Yo se lo prometí en nombre de los demás. Su historia. Nos contó de su patria, una ciudad de las mejores de Andalucía, su rica familia, su nombre: Cardenio y su amada doncella: Lucinda. De cuando pidió al padre de Lucinda, su hija por esposa. De cuando su padre le dio una carta del Duque Ricardo, donde decía que tenía que irme para cumplir la voluntad del duque. Pedí a Lucinda y a su padre que me esperaran hasta que él cumpliera lo que Ricardo quería. El Duque lo trató bien y se hizo amigo del hijo de Duque, Fernando. El enamorado Fernando de una labradora cometió un disparate con ella. Una vez Fernando citó a Cardenio en Andalacía, él aceptó con ansiosas ganas de ver a Lucinda. La vimos, Fernando quedó enmudecido y enamorado de Lucinda. Despertaron en mí los celos. Lucinda le pidió el libro de Amadís de Gaula pues era aficionada a éste. Con esa declaración entendí la alteza de su entendimiento, no era menester más palabras para declarar la hermosura de Lucinda, con esto confimé la hermosura, valor y entendimiento de la doncella Lucinda. Tiempo podrá venir para enmendarse esa falta. Le propuse venirse conmigo a mi aldea pues le podía dar más de trescientos libros, que son el regalo de mi alma y el entretenimiento de mi vida. Pero tenía para mí que ya no tenía ninguno, merced a la malicia de malos y envidiosos encantadores. Pedí perdón por interrumpir la historia. Al cabo de un espacio. Cardenio se pronunció diciendo que el maestro Elisabat estaba amancebabo con la reina Madásima. Inmediatamente reaccioné en defensa de la reina Madásima pues era muy principal señora y jamás se ha de presumir que tan alta princesa se había de amancebar con un sacapotras. Declare a todos los que entendiesen lo contrario como mentirosos como grandes bellacos. Arremetió contra mí Cardenio, con su guijarro se avalanzó encima mío y me hizo caer de espaldas. Acudió Sancho a la escena y Cardenio lo recibió con una puñada que le brumó las cosillas. Sancho trató de vengarse con el cabrero pero los detuve y pregunté al cabrero donde podía encontrar a Cardenio pues quedé yo, con grandísimo deseo de escuchar el resto de la historia. El cabrero me dijo que no era cierto donde encontrarlo pero que si anduviesemos por aquellos contornos le podríamos hallar: cuerdo o loco.

sábado, 22 de mayo de 2010

De lo que nos aconteció en Sierra Morena.


Hacer el bien a villanos es echar agua en mar, si le hubiera hecho caso a mi escudero hubiese evitado semejante desgracia. Pero hecho está y escarmentar para de aquí en adelante. Sancho me volvió a advertir sobre La Santa Hermandad. Le advertí a Sancho que me iba a apartar de ese peligro pero solo por los ruegos de Sancho y no por mi voluntad. Porque yo estaba listo para enfrentar cualquier peligro que viniese. Subí a mi caballo y entramos por Sierra Morena. Aquella noche llegamos a las entrañas de Sierra Morena, entre dos peñas y alcornoques. A la mañana siguiente Sancho recordaba con plegarias su asno, pues no estaba. Lo consolé y continuamos el camino por aquellas montañas. Empecé a tratar de alzar una maleta. Ordené a Sancho ver que había dentro. Habían cuatro camisas y otras cosas de lienzo, también hayó un montoncillo de escudos de oro y un librillo de memoria. No adivinaba de quien podía ser la maleta. Leí lo primero que decía en el librillo y venía un soneto. Que hablaba de una dama llamada: Fili. Volví la hoja y leí una prosa o carta que ahí venía. Hablaba de la furia de un desdeñado amante. Así era todo lo escrito en ese librillo. Tenía gran deseo de saber quien era aquel amante. Pero no había a nadie a quien preguntar. Seguimos nuestro camino. De pronto vi un hombre desnudo que iba saltando de risco en risco, de mata en mata de una manera muy extraña. Pero no pude seguirle, seguramente ese era el dueño del librillo. De cualquier manera quería seguirle y saber quien era. Rodeamos parte de la montaña, encontramos una mula muerta, ensillada. Confirmamos la sospecha de que aquel hombre que huía era el dueño de la mula y del hallazgo anterior. Oímos un silvido proveniente de un hombre anciano que dirigía sus cabras. Le llamé. El cabrero preguntó por si habíamos visto a alguien pero yo se lo negué. Solo encontramos la maleta, le dijimos. Preguntándole por el dueño, nos respondió que hace seis meses había venido un caballero montado en esa mula con la maleta. Por sus actos malignos contra de nosotros. Los cabreros lo buscamos y le enseñamos como podía pedir el alimento y sin asaltar a los cabreros. Era un gentil y agraciado mancebo. Pero de pronto arremetió con furia con lo primero que se encontró. Decía males de un tal Fernando por traidor y fementido. Después se emboscó por entre las jarales y malezas, de modo que se nos imposibilitó seguirlo. Por ésta razón conjeturamos que la locura le venía a tiempos. Todo eso se ha confirmado cuando pide cortezmente comida a los pastores y cuando la locura le aflora les quitaba la comida por fuerza. El cabrero nos dijo que pretendían buscarle y llevarle a la Villa de Almodobar para que allí le curen si tuviese cura. Nos confirmó que aquel hombre que yo había visto pasar saltando por la sierra era el mancebo. De pronto lo vimos llegar, nos saludo gentilmente.

Donde le doy la libertad a muchos desdichados que iban donde no quería ir.


Alce los ojos, viendo que venían doce hombres a pie, ensartados en una gran cadena de hierro por los cuellos y esposados a las manos. Asimismo venían dos hombres a caballo con escopetas y dos a pie con dardos y espadas. Sancho apenas los vio me dijo que eran galeotes, gente forzada del Rey que va a las galeras. Gente que por sus delitos va condenada a las galeras del Rey. De todas maneras era gente que iba forzada y en contra de su voluntad. Ahí encajaba la ejecución de mi oficio: deshacer fuerzas, socorrer y acudir a los miserables. Sancho me advirtió de que era justicia mandada por el Rey. Pedí razones a los hombres a caballo del porque llevaban a esa personas de esa manera, a lo que me respondieron que eran galeotes que iban donde el Rey y que traían las razones y la sentencia de los malaventurados. Pero que no la iban a sacar para leerlas entonces le pregunté a uno de los presos y me dijo que por enamorado que su pecado fue abrazar una canasta de colar atestada de ropa blanca y la justicia se la tuvo que quitar por la fuerza, castigado con tres años de galeras. Le pregunté al segundo y no respondió palabra. Me dijeron que varios iba por músico y cantor, confesó su delito y le condenaron a seis años de galeras. En el tercero, me dijo que le faltaron 10 ducados y lo condenaron a cinco años de galeras. El cuarto no dijo nada y comenzó a llorar, pero el quinto me dijo que él iba por cuatro años a galeras por pasear las acostumbradas vestido en pompas y a caballo, osea, por alcahuete y por hechicero. El hombre nos extendió las causas por las que le llevaban, se echó a llorar. Sancho se compadeció y le dio un real de limosna. Le pregunte a otro y me dijo que se había burlado demasiado con sus primas y casi hermanas, sentenciado con seis años de galeras. Había otro que venía más bien apresado que los otros encadenado por todo su cuerpo. El guarda me dijo que era el que más había cometido delitos y aún así como lo llevaban no estaban seguros de que no se les escapara. Iba por diez años y era el famoso Ginés de Pasamonte, que también le llamaban Ginesillo de Parapilla, me dijo la guarda. Pero el galeote se pronunció diciendo que se llamaba Ginés de Pasamonte y no otra cosa. Me contaron del libro de "La vida de Ginés de Pasamonte" del galeote pues era esa la causa por la que se lo llevaban otra vez a las galeras. La guarda iba a mal tratarlo pero yo lo impedí. Pedí a los comisarios soltar a los presos, pues era cuestión de cada uno cargar con sus pecados y juicio de Dios. La guarda se negó. Arremetí al guarda con la escopeta, lo derribe. Los otros trataron de arremeter contra mí pero yo los aguarde y huyeron. Libres todos los galeotes. Sancho me advirtió que los comisarios que habían huido iban a avisar a la Santa Hermandad, pero yo sabía como manejarlo. Llamé a los recién libres presos y les dije que se dirigieran al Toboso y se presentasen ante Dulcinea como los hombres liberados por el "Caballero de la Triste Figura" y que le contaran todo lo que había pasado. Ginés respondió que era imposible pues los arrestarían de inmediato. Enojado le ordené que fuera al Toboso. Pero cobardemente empezaron a tirar una nube de pedraras, me fue imposible quitármelas y caí. Uno de los galeotes se acercó para quitarme todo lo que pudo, me golpeó y despedazo mi yelmo. A Sancho también le quitaron el gabán, dejandole en pelota.
Solos quedamos, apedrados y sin nuestras pertenencias. Tan malparados por los mismos a quien tanto bien les había hecho.

Donde describo otra de mis exitosas aventuras junto con mi futura gran historia.


Sancho quiso que entráramos en el molino de batanes pero ante la pasada burla me negué. Desviándome hacia la derecha y como si el refrán: "Donde una puerta se cierra, otra se abre" se me estuviera cumpliendo al pie de la letra. Descubrí a un caballero montado en su caballo rucio y dorado, que traía en su cabeza el yelmo del Mambrino, sobre el juramento que yo había hecho. Sancho me insistía en que podría ser otra falsa aventura de los batanes pero era imposible, reconocía a ese yelmo como a Dulcinea, mi amada dama. A todo correr de Rocinante le embestí con el lanzón. Le llame a defenderse. Pero ante tal caballero salió corriendo por el campo. Tome por propio el encantado yelmo de Mambrino. Estaba un poco deformado pero en el primer Herrero lo arreglaría. Sancho empezó a "rebuznar" por el sabor de mi bálsamo y de las burlas que habíamos pasado. Dejamos el caballo del caballero vencido así pues lo decían la leyes de caballería.
Almorzamos de las sobre del real, que del acémila despojaron y bebimos agua del arroyo de los batanes.
Caminamos por donde la voluntad de Rocinante quisiera, llegamos el camino real y seguíamos por allí. Sancho me propuso que fuéramos a trabajar para un emperador pues era muy poco lo que ganábamos buscando aventuras solos. Así, también el mi nombre fuese renombrado y puestas mis grandes habilidades caballerescas en papel. No era mal idea pero antes de eso es menester andar por el mundo en busca de hazañas de caballeros para cuando se llegara a las órdenes de un gran monarca ya el caballero fuese conocido por sus obras. Y así el rey reconociese al caballero y le llevase al castillo, la doncella, hija del rey, y el caballero caerán entrelazados en las redes del amor. El caballero huésped pedirá al rey licencia para combatir contra el reino opositor, el rey aceptará y esa misma noche se despedirá el caballero de su doncella por una ventana que daba a su aposento. El caballero pelea en la guerra, vence al enemigo del rey y gana muchas ciudades. Vuelve a la corte donde le pide al rey su hija como esposa, pero el rey no quiere porque no sabe quien es el caballero. De cualquier forma la doncella llega a ser la mujer del caballero y el rey averigua que el caballero es hijo de un rey de algún lugar. El rey muere y hereda su reino a su hija. El caballero es nombrado rey. Casa a su escudero con una mujer hija de un duque.
Esos eran los pasos que seguíamos. Pensábamos en el rey, con guerra y con hija hermosa, pero para eso habrá tiempo después. Un problema era encontrar el linaje de mío con algún rey o emperador. Explique a Sancho los dos tipos de linaje que habían: unos fueron que ya no son y otros son que ya no fueron. Y así podría aceptarme la hija del rey y el rey mismo. Hablé a Sancho de como tomar su futura posición de conde.
Pues ante todos estos razonamientos debíamos dejar que el cielo decidiera que fuese a pasar.

sábado, 1 de mayo de 2010

De las aventuras con mi escudero después del combate.

Mientras el dolor de mis muelas no me dejaba en paz, Sancho me reclamaba por la falta al juramento de no comer pan y de ahí lo que me había sucedido. En esas pasamos hasta que calló la noche y nos acercamos hacia unas luces. Al preguntar de donde provenían las luces un caballero desventurada se cayó de su mula y los demás señores huyeron. Explicaba el monje a nosotros su historia y del muerto que llevaban para sepultar en Segovia. Socorrió Sacho al sacerdote y les dijo sobre mis hazañas y me nombró como El Caballero de la Triste Figura, por mi cara tan delgada y mi dentadura tan destrozada. Nos dirigimos al prado para comer los alimentos que Sancho había adquirido del lugar. En la oscuridad profunda seguimos nuestro camino acompañados por extraños sonidos que no cesaban. Otra vez, mi instinto caballeresco floreció y sentía el llamado a mis labores, pedí a Sancho que permaneciera allí por tres días esperándome, si a ese tiempo, yo no aparecía debía ir al Toboso y contarle a mi amada Dulcinea de la muerte de su cautivo caballero por acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo. Mi escudero echó a llorar y como fiel amigo ató las patas de Rocinante para que me fuese imposible salir cabalgando hacia mi aventura. Decidí, entonces, salir a la mañana siguiente. Al amanecer salimos detrás de aquel ruido incesable, llegamos a unas peñas donde encontramos casa mal hechas y finalmente la causa del ruido, al principio temí por el nulo conocimiento de que se trataba pero Sancho comenzó a reír, descubriendo que se trataba de los mazos de un batán.

La batalla inesperada y sus inesperadas consecuencias.


Conversaba con mi amigo Sancho de mi nuestra gran profesión y de la gran satisfacción que debíamos sentir. Además de la pena que los dos teníamos, al soportar las batallas y seguir adelante. De pronto vimos una polvoreada conformada por toda una cuajada de un ejército innumerable. Después nos dimos cuenta que eran dos ejércitos que venían a embestirse en la mitad de la llanura. Supe que uno de los ejércitos lo conducía el emperador Alifanfarón, de la isla Trapobana, y el otro lo conducía el rey de los garamantas, Pentapolín del Arremangado Brazo. Nos subimos a una loma para observar mejor y desde allí empecé a describirle a Sancho algunos de los caballeros y sus armaduras, demostrando mi gran conocimiento. Sancho Panza empezó a sentir miedoo por la batalla pero yo, como caballero andante, sin miedo alguno, fui a decidir quien se llevaba la victoria, con mi lanza en el ristre y preparado para la gran aventura. El confundido Sancho empezó a delirar diciendo que eran carneros y ovejas pero mi instinto caballeresco no me engañaba. Sin más rodeos entré a la batalla y derribe a cuanto soldado se ponía en mi camino, pero cobardemente fui atacado por pedradas y caí malherido. Mi escudero acudió a mi ayuda, sentía algo no muy normal en mis dientes, pregunté a Sancho que había ocurrido con mi dentadura y Sancho vomito de la impresión. Cuando el hambre llegó nos dimos cuenta de que no teníamos las alforjas con la comida, entonces no pudimos satisfacer el apetito. Desventuradamente me contó Sancho del verdadero mal estado en que estaban mis muelas y el dolor en mis quijadas era algo insoportable.