
Escuchábamos al Caballero de la Sierra. Le ofrecí mi valiente ayuda si fuese menester. Le convidamos algo de comer. Después nos llevó a un verde pradecillo y nos dijo que contaría sus desventuras mientras que se le interrumpiera. Me acordaban esas razones el cuento que mi escudero me había contado y por no acordarse del número de cabras que habían pasado el río, quedó la historia pendiente. Yo se lo prometí en nombre de los demás. Su historia. Nos contó de su patria, una ciudad de las mejores de Andalucía, su rica familia, su nombre: Cardenio y su amada doncella: Lucinda. De cuando pidió al padre de Lucinda, su hija por esposa. De cuando su padre le dio una carta del Duque Ricardo, donde decía que tenía que irme para cumplir la voluntad del duque. Pedí a Lucinda y a su padre que me esperaran hasta que él cumpliera lo que Ricardo quería. El Duque lo trató bien y se hizo amigo del hijo de Duque, Fernando. El enamorado Fernando de una labradora cometió un disparate con ella. Una vez Fernando citó a Cardenio en Andalacía, él aceptó con ansiosas ganas de ver a Lucinda. La vimos, Fernando quedó enmudecido y enamorado de Lucinda. Despertaron en mí los celos. Lucinda le pidió el libro de Amadís de Gaula pues era aficionada a éste. Con esa declaración entendí la alteza de su entendimiento, no era menester más palabras para declarar la hermosura de Lucinda, con esto confimé la hermosura, valor y entendimiento de la doncella Lucinda. Tiempo podrá venir para enmendarse esa falta. Le propuse venirse conmigo a mi aldea pues le podía dar más de trescientos libros, que son el regalo de mi alma y el entretenimiento de mi vida. Pero tenía para mí que ya no tenía ninguno, merced a la malicia de malos y envidiosos encantadores. Pedí perdón por interrumpir la historia. Al cabo de un espacio. Cardenio se pronunció diciendo que el maestro Elisabat estaba amancebabo con la reina Madásima. Inmediatamente reaccioné en defensa de la reina Madásima pues era muy principal señora y jamás se ha de presumir que tan alta princesa se había de amancebar con un sacapotras. Declare a todos los que entendiesen lo contrario como mentirosos como grandes bellacos. Arremetió contra mí Cardenio, con su guijarro se avalanzó encima mío y me hizo caer de espaldas. Acudió Sancho a la escena y Cardenio lo recibió con una puñada que le brumó las cosillas. Sancho trató de vengarse con el cabrero pero los detuve y pregunté al cabrero donde podía encontrar a Cardenio pues quedé yo, con grandísimo deseo de escuchar el resto de la historia. El cabrero me dijo que no era cierto donde encontrarlo pero que si anduviesemos por aquellos contornos le podríamos hallar: cuerdo o loco.
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