
Alce los ojos, viendo que venían doce hombres a pie, ensartados en una gran cadena de hierro por los cuellos y esposados a las manos. Asimismo venían dos hombres a caballo con escopetas y dos a pie con dardos y espadas. Sancho apenas los vio me dijo que eran galeotes, gente forzada del Rey que va a las galeras. Gente que por sus delitos va condenada a las galeras del Rey. De todas maneras era gente que iba forzada y en contra de su voluntad. Ahí encajaba la ejecución de mi oficio: deshacer fuerzas, socorrer y acudir a los miserables. Sancho me advirtió de que era justicia mandada por el Rey. Pedí razones a los hombres a caballo del porque llevaban a esa personas de esa manera, a lo que me respondieron que eran galeotes que iban donde el Rey y que traían las razones y la sentencia de los malaventurados. Pero que no la iban a sacar para leerlas entonces le pregunté a uno de los presos y me dijo que por enamorado que su pecado fue abrazar una canasta de colar atestada de ropa blanca y la justicia se la tuvo que quitar por la fuerza, castigado con tres años de galeras. Le pregunté al segundo y no respondió palabra. Me dijeron que varios iba por músico y cantor, confesó su delito y le condenaron a seis años de galeras. En el tercero, me dijo que le faltaron 10 ducados y lo condenaron a cinco años de galeras. El cuarto no dijo nada y comenzó a llorar, pero el quinto me dijo que él iba por cuatro años a galeras por pasear las acostumbradas vestido en pompas y a caballo, osea, por alcahuete y por hechicero. El hombre nos extendió las causas por las que le llevaban, se echó a llorar. Sancho se compadeció y le dio un real de limosna. Le pregunte a otro y me dijo que se había burlado demasiado con sus primas y casi hermanas, sentenciado con seis años de galeras. Había otro que venía más bien apresado que los otros encadenado por todo su cuerpo. El guarda me dijo que era el que más había cometido delitos y aún así como lo llevaban no estaban seguros de que no se les escapara. Iba por diez años y era el famoso Ginés de Pasamonte, que también le llamaban Ginesillo de Parapilla, me dijo la guarda. Pero el galeote se pronunció diciendo que se llamaba Ginés de Pasamonte y no otra cosa. Me contaron del libro de "La vida de Ginés de Pasamonte" del galeote pues era esa la causa por la que se lo llevaban otra vez a las galeras. La guarda iba a mal tratarlo pero yo lo impedí. Pedí a los comisarios soltar a los presos, pues era cuestión de cada uno cargar con sus pecados y juicio de Dios. La guarda se negó. Arremetí al guarda con la escopeta, lo derribe. Los otros trataron de arremeter contra mí pero yo los aguarde y huyeron. Libres todos los galeotes. Sancho me advirtió que los comisarios que habían huido iban a avisar a la Santa Hermandad, pero yo sabía como manejarlo. Llamé a los recién libres presos y les dije que se dirigieran al Toboso y se presentasen ante Dulcinea como los hombres liberados por el "Caballero de la Triste Figura" y que le contaran todo lo que había pasado. Ginés respondió que era imposible pues los arrestarían de inmediato. Enojado le ordené que fuera al Toboso. Pero cobardemente empezaron a tirar una nube de pedraras, me fue imposible quitármelas y caí. Uno de los galeotes se acercó para quitarme todo lo que pudo, me golpeó y despedazo mi yelmo. A Sancho también le quitaron el gabán, dejandole en pelota.
Solos quedamos, apedrados y sin nuestras pertenencias. Tan malparados por los mismos a quien tanto bien les había hecho.
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