De las aventuras con mi escudero después del combate.
Mientras el dolor de mis muelas no me dejaba en paz, Sancho me reclamaba por la falta al juramento de no comer pan y de ahí lo que me había sucedido. En esas pasamos hasta que calló la noche y nos acercamos hacia unas luces. Al preguntar de donde provenían las luces un caballero desventurada se cayó de su mula y los demás señores huyeron. Explicaba el monje a nosotros su historia y del muerto que llevaban para sepultar en Segovia. Socorrió Sacho al sacerdote y les dijo sobre mis hazañas y me nombró como El Caballero de la Triste Figura, por mi cara tan delgada y mi dentadura tan destrozada. Nos dirigimos al prado para comer los alimentos que Sancho había adquirido del lugar. En la oscuridad profunda seguimos nuestro camino acompañados por extraños sonidos que no cesaban. Otra vez, mi instinto caballeresco floreció y sentía el llamado a mis labores, pedí a Sancho que permaneciera allí por tres días esperándome, si a ese tiempo, yo no aparecía debía ir al Toboso y contarle a mi amada Dulcinea de la muerte de su cautivo caballero por acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo. Mi escudero echó a llorar y como fiel amigo ató las patas de Rocinante para que me fuese imposible salir cabalgando hacia mi aventura. Decidí, entonces, salir a la mañana siguiente. Al amanecer salimos detrás de aquel ruido incesable, llegamos a unas peñas donde encontramos casa mal hechas y finalmente la causa del ruido, al principio temí por el nulo conocimiento de que se trataba pero Sancho comenzó a reír, descubriendo que se trataba de los mazos de un batán.
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