
Hacer el bien a villanos es echar agua en mar, si le hubiera hecho caso a mi escudero hubiese evitado semejante desgracia. Pero hecho está y escarmentar para de aquí en adelante. Sancho me volvió a advertir sobre La Santa Hermandad. Le advertí a Sancho que me iba a apartar de ese peligro pero solo por los ruegos de Sancho y no por mi voluntad. Porque yo estaba listo para enfrentar cualquier peligro que viniese. Subí a mi caballo y entramos por Sierra Morena. Aquella noche llegamos a las entrañas de Sierra Morena, entre dos peñas y alcornoques. A la mañana siguiente Sancho recordaba con plegarias su asno, pues no estaba. Lo consolé y continuamos el camino por aquellas montañas. Empecé a tratar de alzar una maleta. Ordené a Sancho ver que había dentro. Habían cuatro camisas y otras cosas de lienzo, también hayó un montoncillo de escudos de oro y un librillo de memoria. No adivinaba de quien podía ser la maleta. Leí lo primero que decía en el librillo y venía un soneto. Que hablaba de una dama llamada: Fili. Volví la hoja y leí una prosa o carta que ahí venía. Hablaba de la furia de un desdeñado amante. Así era todo lo escrito en ese librillo. Tenía gran deseo de saber quien era aquel amante. Pero no había a nadie a quien preguntar. Seguimos nuestro camino. De pronto vi un hombre desnudo que iba saltando de risco en risco, de mata en mata de una manera muy extraña. Pero no pude seguirle, seguramente ese era el dueño del librillo. De cualquier manera quería seguirle y saber quien era. Rodeamos parte de la montaña, encontramos una mula muerta, ensillada. Confirmamos la sospecha de que aquel hombre que huía era el dueño de la mula y del hallazgo anterior. Oímos un silvido proveniente de un hombre anciano que dirigía sus cabras. Le llamé. El cabrero preguntó por si habíamos visto a alguien pero yo se lo negué. Solo encontramos la maleta, le dijimos. Preguntándole por el dueño, nos respondió que hace seis meses había venido un caballero montado en esa mula con la maleta. Por sus actos malignos contra de nosotros. Los cabreros lo buscamos y le enseñamos como podía pedir el alimento y sin asaltar a los cabreros. Era un gentil y agraciado mancebo. Pero de pronto arremetió con furia con lo primero que se encontró. Decía males de un tal Fernando por traidor y fementido. Después se emboscó por entre las jarales y malezas, de modo que se nos imposibilitó seguirlo. Por ésta razón conjeturamos que la locura le venía a tiempos. Todo eso se ha confirmado cuando pide cortezmente comida a los pastores y cuando la locura le aflora les quitaba la comida por fuerza. El cabrero nos dijo que pretendían buscarle y llevarle a la Villa de Almodobar para que allí le curen si tuviese cura. Nos confirmó que aquel hombre que yo había visto pasar saltando por la sierra era el mancebo. De pronto lo vimos llegar, nos saludo gentilmente.
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