
Nos despidimos del cabrero y seguimos el camino. Sancho me pidió licencia para regresar a su casa. Entendí yo, las razones de Sancho pero aún así seguimos los dos como escudero y caballero. Le explique a Sancho mis razones para defender a la reina Madásima, además de las leyes de caballería y mi gran hazaña, que andava buscando. Hable a Sancho del más perfecto de los caballeros andantes: Amadís de Gaula, al quien se debía de imitar si se quisiere alcanzar la perfección de la caballería. Conté a Sancho una de las cosas en que Amadís mostró su prudencia y valentía, cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre, mudado su nombre en el de Beltenebros. Quisiera yo, imitar a Amadís haciendo ahí, donde nos encontrábamos, lo del desesperado, del sandio y del furioso, imitando al valiente don Roldán cuando encontró a la bella Angélica cometiendo vileza con Medoro. Pero no pretendía yo cometer tantas locuras como las de Roldán, sino, que con solo la imitación de Amadís, quien sin locuras de daño, sino lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más. Sancho, muy acertadamente, me preguntó que cuál era mi fatal causa para hacer esa penitencia. Ahí estaba el punto, pues quería dar a entender a mi dama que si yo hiciere eso en seco ¿qué hiciere en mojado? . Loco estaba y loco iba a ser hasta que Sancho no me trajere la respuesta de una carta que pensaba enviar con él a Dulcinea del Toboso. Si fuere tal cual a mi fe se le debe, se acabare mi sandez y mi penitencia; y si fuere al contrario, sería loco de veras. Pregunté a Sancho si traía el Yelmo de Mambrino. Sancho seguía sin echar de ver que aquella "bacía de barbero" que él decía era el Yelmo de Mambrino pues cada quien le parecería diferente cosa. Llegamos al pie de una montaña, un prado verde, perfecto para realizar mi penitencia, causado por una luenga ausencia y unos imaginados celos han traído a lamentarse entre éstas asperezas. Me baje de Rocinante y le pedí que se fuera donde quisiera. Pero Sancho pidió a mi caballo para llevar el mensaje a mi amada. Explique a Sacho de la firmeza de mis "calabazadas". Pensaba escribir mi carta en el librillo que era de Cardenio junto con la libranza pollinesca, la firma será "Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura" Me acordé que Dulcinea no sabía ni escribir ni leer pues mis amores y los suyos siempre han sido platónicos. No la había visto cuatro veces y de esa cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba pues tal es el recato y encerramiento con que su padre Lorenzo Corchuelo y su madre Aldonza Nogales la han criado. Sancho la reconoció por conocida suya, hasta ese entonces Sancho reconoció pues mi título de desesperarse y ahorcarse por ella. Le conté a Sancho una historia que le sirviere para reconocer que yo tanto amo yo a Dulcinea como vale la más alta princesa de la tierra. Saqué el libro de memoria y escribí la carta. Al acabarla llamé a Sancho para leerle la carta. Y como mi diario es mi alma en papel aquí también la escribiré:
"Soberana y alta señora:
El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu hermosura me desprecia, si tu valor no es mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en este cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación ¡oh bella ingrata amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto; que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte,
El Caballero de la Triste Figura".
También hice la carta para mi señora Sobrina, pidiéndole dar a Sancho Panza tres de los cinco pollinos que dejé en casa. Sancho preparaba para irse. Pero le pedí que se quedara para verme en cueros y haciendo unas cuantas locuras. Sancho se negaba. Entonces se fue, subido sobre Rocinante y dejando rastro para poder encontrarme cuando regresare mi escudero. Pero Sancho se devolvió para ver una de mis locuras, rápidamente me desnude y di dos zapatetas en el aire y dos tumbas la cabeza abajo y los pies en alto. Sancho siguió su camino.
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