domingo, 12 de junio de 2011

El enojo ante el inculto eclesiástico.

Respondí con la firmeza que mi enojo producía. De quién se debía esperar sabios consejos y no infames improperios! el clérigo este. No mostraba más eso que una ausencia de educación en las sendas de la caballería. Lo que explique al clérigo y a toda la mesa, demostraba el camino que había escogido, el argumento de los buenos valores y aplicación de justicia y no, de los bandidos sin vergüenza que se dedican a propagar los nulos valores. Preguntó el clérigo a Sancho sobre quién era, con la respuesta, el duque le concedió a Sancho una ínsula, con lo cual mandé al escudero a que agradeciera al duque como se debe. Se retiró el eclesiástico. La magnánima diferencia entre afrenta y agravio expliqué, para que quedara clara mi posición ante esa clase religiosa.

Al finalizar la cena, llegaron unas doncellas, para lavar mis barbas y mi cara entera. Seguro eran costumbres de aquella tierra. Así también lo hicieron con el duque.

La duquesa me pidió que le delinease y describiese la excelencia de la sin par Dulcinea. Hablé de la raza maldita que me persigue y me perseguirá; los encantadores. El caballero andante sin hojas es como el árbol sin hojas. Pero solo Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, yo la contemplo como conviene que sea; hermosa, amorosa, honesta, cortés y alta por linaje.

Terminando aquellas conversaciones, fui a la tomar siesta.

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