Prometí a la adolorida y a las desdichadas doncellas remediar sus penas. Me dijo la condesa que la señal para saber si el caballero era el correcto, era que el encantador mandaría un caballo de madera, llamado Clavileño, el cual nos llevaría, a mi escudero y a mí, a la batalla con Malambruno. El reino de Candaya estaba por aire y por la línea recta a tres mil doscientas veinte siete leguas.
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