Entraron los tristes músicos, seguidos por doce dueñas, tras ellas la condesa Trifladi, de la mano de su escudero. Descifraron su nombre pues traía tres colas; tri-faldi. Nos presentamos, mi escudero y yo, ante la condesa y ella a nosotros. Más no han de faltar las estupidísimas frases de Sancho. Ignorando tal intervención, le ofrecí todos mis servicios y fuerzas para acabar con el dolor que la embargaba. Ya sentados, comenzó la condesa a contar su cuitísima historia. Se trataba de la venganza que el primo de la reina Maguncia de Candaya; el gigante Malambruno había cobrado por la reina pues, murió tras enterarse de la “desdicha” de que su hija, Antomasia, se había casado con un hombre de linaje bajo, como lo era don Clavijo. Lo que concertaba con la condesa Trifaldi, era que ella había criado a Antomasia y había sido de las dueñas más principales de la reina Maguncia, la condesa había ayudado a Antomasia para que consiguiera y siguiera su amor por Clavijo. A los esposos, el gigante que se apareció en un caballo de madera el mismo día del entierro de la reina, los encanto; a ella en gimia de bronce y a él en un espantoso cocodrilo de un metal desconocido, a la par de la lápida dejó un escrito que decía que no cobrarían vida los dos amantes hasta que el valeroso manchego diera batalla con él. Además hizo crecer barbas a todas las doncellas del palacio de Trifaldi.
Y terminando de esta manera, todas las doncellas que la acompañaban se desnudaron el rostro, mostrando las barbas que cubrían sus rostros. Trifaldi dando muestras de enojo y desdicha, se desmayó.
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