En el último carro venía una joven ninfa junto con una rozagante, con velo negro. Ceso la música. Se quitó el velo el acompañante de la ninfa, mostrando su rostro de muerte. Dijo que era Merlín, contó la historia; se compadeció del caso de la pobre Dulcinea convertido en labradora. Era menester que Sancho se diera tres mil azotes y trecientos en ambas posaderas. Sancho enfadado! respondió con ímpetu al encantador, pues ni él ni nadie, iban a tocarle para azotarle. El enfado lleno mi mente, de modo que amenacé a aquel malnacido encantador. La ninfa se quitó el velo, y revelo su belleza, hablándole a Sancho para persuadirlo, no era más ni menos que la mismísima Dulcinea! El duque intervino para decirle al escudero que si no aceptaba los azotes no iba a recibir la ínsula. Merlín dijo que se debía tomar una decisión ahí mismo, además de decir que el diablo era inútil bellaco pues él venía bajo órdenes del encantador Merlín y no, de Montesinos. Sancho acepto darse los azotes, con la condición de dárselos cuando él quisiese. Volvió a sonar la música. Le agradecí a mi escudero con todo ahínco.
Ansioso de atrapar pensamientos y enriquecer argumentos, el Ingenioso Hidalgo nos enseña lo más íntimo de su día a día.
domingo, 12 de junio de 2011
La noticia para desencantar a Dulcinea
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