sábado, 13 de noviembre de 2010

Otra intervención de camino a Zaragoza.

Pasamos la noche bajo unos árboles no muy alejados del lugar. Comparando la comedia con la vida, habló Sancho del conocimiento que había adquirido conmigo. Me desperté al oír a un hombre que se llamaba "El Caballero del Bosque", caballero andante de profesión, al igual que yo. Su amada Casildea de Vandalia no correspondía el amor que él le ofrecía. Se presentó el caballero conmigo y basta conversación de nuestras respectivas doncellas y aventuras, teníamos mientras que hablaban a parte mi escudero con el escudero del caballero. Resulto entre nuestras conversaciones, que el engañado Caballero del Bosque, dijese que entre sus tan relevantes y triunfantes batallas, había vencido al Caballero Don Quijote de la Mancha. Dejé que siguiera con su historia, hasta el punto en el que, alzando mi voz de caballero sin la más mínima intención de permitir que tan desgraciado encantador se saliera con la suya, transformándome para que no fuese reconocido por otros caballeros. Informé al Caballero del Bosque que en frente de él tenía al afamado Caballero de la Triste Figura y retándolo a un duelo para confirmar quién obedecería a quién. Avisamos a nuestros escuderos para los preparativos de la batalla. El cobarde de Sancho se subió en un árbol temiendo por las mentiras que se decían del Caballero del Bosque. Ya en la batalla, demostrando mis cualidades irrefutables aunque fuera bajo algún encantamento, derribe al mentiroso Caballero, saliendo victorioso. Pero ha de querer la impredecible ventura que fuese el tal Caballero del Bosque no más que el Bachiller Sansón Carrasco y su escudero Tomé Cecial, vecino de Sancho. Obligué al señor Carrasco a dirigirse al Toboso, para que diera fe a mi señora Dulcinea de mi victoria en el duelo contra él y por supuesto a aclararle que nunca había vencido a Don Quijote de la Mancha sino, a un caballero muy similar.

Así proseguimos nuestro camino a Zaragoza.

Camino a Zaragoza, La Carreta de la Muerte.

Pensativo iba y con desdichada compañera sinrazón. Solté las riendas de Rocinante. Empezó Sancho, para variar su repertorio de idioteces, a decir tales blasfemias de mi dama Dulcinea, cuando era yo el único culpable de sus desdichas.
Conversando ibamos mi escudero y yo, cuando una carreta salió al través del camino, cargada de diversos personajes y figuras. Un demonio que dirigía la carreta, el dios del Cupido y otros personajes más.
Pregunté al diablo su quién era, a dónde iba y quiénes eran todos esos personajes en la carreta. Me explicó que eran de la compañía de Anglo el Malo, eran el auto de Las Cortes de la Muerte, y venían con los mismos vestidos para evitar tener que volverse a vestir. Venían un mancebo de Muerte, el otro, de Ángel, una mujer de Reina, el otro, de Soldado, otro de Emperador y él de Demonio. Dejé que siguieran su camino, para que realizaran su fiesta. Quiso la suerte que llegase uno de la compañía vestido de bojiganga, con muchos cascabeles, que alborotaron a Rocinante. Éste salió corriendo por el campo y dio en el suelo junto conmigo. Se atrevió el Demonio de robarse el rucio de Sancho, pero dando en el suelo, lo dejó y siguió caminando hacia el pueblo. A grandes voces llamaba con su indicado nombre a tan descarado diablo. Saltaron entonces todos de la carreta, cargados de piedras. Advirtió Sancho el peligro temerario de atacar a tal escuadrón. Pensando con mis órdenes de caballería, decidí dejar ese camino, pues no tenía esa gente la mínima noción de la verdadera caballería.

sábado, 16 de octubre de 2010

De camino al Toboso.

Advertí a Sancho que la noche se estaba entrando en más andar, con más oscuridad de la que era menester para alcanzar ver con el día al Toboso. Pues era mi voluntad tomar la bendición y licencia de la sin par Dulcinea. Disparates decía Sancho de haber visto a mi señora Dulcinea ahechando trigo. Refutaba yo, con las verdaderas razones que pasaba haciendo en su día mi dama, inigualable. Compare con varias verdaderas y famosas hazañas, lo que Sancho venía disputando. Recordé nuestros medios cristianos por los cuales podríamos llegar a ser famosos en nuestras hazañas. Preguntó Sancho detalles de la sepultura de todos los caballeros participes de las hazañas que había contado. Respondí con la verdad, dependiendo del comportamiento en vida de estos caballeros. Con breves y algunas acertadas razones, propuso Sancho que nos diéramos a ser santos, humildes y así alcanzaremos la fama de muchos que también pensaron de esta manera, como los frailes.

Así pasamos platicando la noche. Al otro día al anochecer, descubrimos la gran ciudad del Toboso. Entramos en el Toboso a media noche. Descansaban sus integrantes y así no se escuchaba nada más que el silencio de vez en cuando interrumpido, por animales. Ordené a Sancho que se dirigiera al castillo de mi señora Dulcinea. Sancho se renegó, argumentando que la hora no era adecuada. Di con un bulto que conocí a la distancia pero era la Iglesia del pueblo. Semejantes incoherencias decía Sancho manifestando que el castillo de mi dama estaba edificado en una callejuela sin salida! Cuál estupidez! Por si no sobraba ya, me dijo Sancho que él tampoco había visto a mi señora Dulcinea, nunca antes. Pregunté a un labrador que venía cantando un romance, que en donde vivía la princesa Dulcinea del Toboso. No me pudo dar una exacta razón sobre el hogar de mi dama. Propuso Sancho un lugar donde me pudiera emboscar y él regresaría a la ciudad para buscar a mi señora. Así encontramos, a dos millas del lugar, una floresta donde me pude emboscar.

Regresó Sancho en busca de mi doncella. Siendo él, el más afortunado escudero, teniendo el honor de apreciar tan altísima dama. Le pedí que me enterase de las reacciones de mi amada Dulcinea cuando él le hablare de mí.

Me avisó Sancho, que del camino del Toboso, venían tres labradoras, que según Sancho alguna de ellas, era Dulcinea del Toboso. Confundido estaba mi escudero, llamando a una de las aldeanas, reina y princesa. Ordené a Sancho que se levantara de donde arrodillado estaba, ante la señora labradora. Pero descubrí que no era más que el maligno encantador que me perseguía, quién había puesto nubes y cataratas en mis ojos, transformando la sin igual hermosura y rostro de mi dama en una labradora pobre. Y mi rostro en el de un vestiglo para que fuese aborrecible para mi dama. Insistía mi señora, bajo el encantamento, que la dejáramos seguir y así lo hicimos. Pero la borrica en la que iba, dando corcovos, dio con Dulcinea en el suelo. Corrí a ayudar a mi dama, pero no fue de su provecho, pues se levanto sola y sin problema, montó en la albarda y partió.

Mal quisto de encantadores soy! Y desdichado de mí!

Seguimos el camino a Zaragoza, para llegar a las solemnes fiestas que ahí se celebraban.

La tercera venturosa salida a las ordenes de la caballería.

Estando enteradas mi Ama y mi sobrina de mi tercera salida caballeresca, trataban sin remedio, hacer que desistiera de mi correspondencia a la caballería andante. Explicaba yo, incansablemente, la importancia de cada uno de los verdaderos caballeros andantes y de los distintos linajes que hacen caballeros a ciertos vasallos. Trayendo cada uno sus propias consecuencias y verdades de su propio destino. Pero no se les salía de la cabeza, tales blasfemias de llamar a los caballeros andantes como fábula y mentira. Proseguía con mi explicación de los dos caminos que los hombres pueden seguir para llegar a hacer ricos, el de las armas y el de las letras y que era mi voluntad seguir el camino de las armas, siguiendo la senda estrecha de la virtud y que esta no acaba en vida. A este tiempo llamó a la puerta, Sancho Panza y con él hable de las siguientes razones.

Me informo Sancho que ya estaba listo, en asuntos de su familia, para salir a laborar con mi fiel escudero. Me pidió Sancho que le dijere cuanto era su salario. Le comente que en ninguna de las historias andantes, he leído o conocido algún salario para los escuderos, pero son su fiel seguimiento en su caballero, en algún momento se verían premiados con una ínsula y con titulo de señoría. Así era la única opción, de otra manera, saldría sin escudero.

En ese momento entro el Bachiller Sansón Carrasco diciendo una cantidad de razones que no pude terminar de entender bien todo aquel relato, pero se comprendía fácilmente, la admiración hacia mí. Así mostré a Sancho que iban haber más de un escudero, ofreciéndome sus servicios. Entonces, dio Sancho sus explicaciones, en donde cabía la culpa de su esposa, Teresa, porque fue por ella que él llego preguntando por su salario. Con estas razones, confirmamos la salida dentro de tres días.

Partimos un día al anochecer, camino al Toboso. Yo en mi buen Rocinante y Sancho en su rucio. Sansón estuvo presente, se despidió y nos pidió información sobre la ventura de nuestras hazañas.

Algunos hechos ocurridos en casa.

Las voces provenían de mi ama y mi sobrina, quienes detenían a Sancho Panza en la entrada, sin mínima intención de dejarlo pasar. Prudentemente mande a que dejaran pasar a Sancho. Hable con él, y le explique el quando caput dolet..., pues era necesario esclarecer algunas ideas de Sancho. Pregunté qué se decía de mí en ese lugar. Me contó Sancho de las imprudentes e ignorantes calumnias de ciertos vasallos e hidalgos. Pero también me entere, que nuestra historia ya estaba siendo escrita, nombrándome como El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y a Sancho por su nombre. La fuente de esta información era un tal Sansón Carrasco, quién informo a Sancho sobre el autor de esta obra, quien era: Cide Hamete Berenjena. Mande a traer al bachiller Carrasco, para poder informarme, de amplia manera, sobre lo dicho por Sancho.

Imagine que algún sabio había hecho mis caballerescas hazañas en estampa. Pensé que por el nombre: Cide, aquel autor fuese moro.

Recibí al bachiller, quién me introdujo sin que yo hubiese dicho palabra. Me afirmo que había hasta doce mil libros de mi historia, impresos y distribuidos por Portugal, Barcelona y Valencia. Pregunté al Bachiller sobre las hazañas que se ponderaban en la historia. A lo cual me contó Carrasco algunas hazañas que se contaban. Empezó Sancho a decir imprudencias, hasta que lo detuve e hice que Sansón continuara. Pero el ímpetu de Sancho, prosiguió contando de su prometida ínsula por gobernar. Contó Carrasco que una de las tachas de la historia, era la novela El Curioso Impertinente, cuestioné, entonces, la sabiduría del autor de mi historia. Argumente mi razonamiento a esa afirmación y escuche los argumentos del Bachiller, en cuanto a la responsabilidad de publicar un libro. Sancho se fue a su casa, pues moría de hambre. Yo me quedé en penitencia con Sansón, hasta que Sancho regresó y renovamos nuestra plática.

Respondió Sancho todas las preguntas de Sansón, sobre partes de la historia que en el libro no se contaban. Pregunté a Carrasco, si había otra cosa que enmendar en esa leyenda y si el autor prometía segunda parte. De cosa que enmendar, no sabía Sansón, con certeza y de la segunda parte tampoco. De pronto se escucharon relinchos de Rocinante, felicísimo agüero fue ese, y prometí hacer otra salida dentro de tres o cuatro días. Pedí consejo a Sansón al lugar de donde comenzaría mi jornada. El Bachiller me aconsejo el reino de Aragón y a la ciudad de Zaragoza, por las solemnísimas fiestas de San Jorge. Proseguía Sancho con su repetitivo discurso catedrático. Rogué al bachiller que compusiera unos versos, de tal manera que el nombre de Dulcinea del Toboso, se leyera de alguna manera. Quedamos en eso y se decidió que la salida iba a ser de allí a ocho días.

sábado, 18 de septiembre de 2010

En casa.

Pase, mucho tiempo, en mi casa. Pues sí, reconocí el lugar como mi casa, mi aposento, mi sobrina, mi ama. Me visitaron un día, el barbero y el cura, con quienes discutí y dialogue sobre muchísimas materias. Habló, el cura, sobre como toda la cristiandad estaba puesta sobre la armada que bajaba el Turco. Advertí, pertinentemente, al Rey sobre la prevención que debía tener, para que no le hallare el enemigo desapercibido.

Pregunto el barbero, cual era aquella prevención, juraron los dos completa discreción sobre lo que yo dijese. Se debían de llamar y juntar a todos los caballeros andantes que anduvieren sueltos por España. Caballero andante he de morir, baje o suba el Turco cuando él quisiere!

En esto, el barbero pidió licencia para contar un cuento breve que sucedió en Sevilla. Dimos licencia al barbero y contó lo que quería. Se trató de un loco, que vivía en una casa de locos en Sevilla. Este señor licenciado, iba a ser sacado de aquel lugar, por intervención del obispo, pues por medio de una carta, el licenciado había convencido al obispo de estar cuerdo. El capellán mandado por el obispo, llevo al licenciado a despedirse de sus compañeros de la casa de locos. Uno de ellos, diciendo que era Júpiter Tonante, negó que ese licenciado pudiese estar cuerdo y lo amenazó, con dejar de mandar la lluvia por tres años si se cometía esa injusticia de dejarlo salir. El licenciado respondiendo que él como el padre, Neptuno, y dios de las aguas, mandaría la lluvia que se le antojase. Con todo eso el capellán, dio por loco al licenciado y lo dejo ahí.

Demostré mis valiosas razones al barbero, para afirmar la necesidad de los caballeros andantes que ayuden a los menesterosos. Nombré a algunos de los grandes caballeros andantes que no son Neptuno sino la luz y gloria de la caballería! Porque todos cuantos caballeros puedo nombrar, fueron reales y gloriosos. Pruebas hay, de los gigantes con quienes luchaban los caballeros, que realmente eran gigantes. El cura preguntó sobre ciertos caballeros y sobre la señora Angélica la Bella, de los cuales di la reseña pertinente.

En esto, escuchamos grandes voces en el patio y acudimos todos al ruido.

La desventura sucedida después de la historia del cabrero.

Contó el cabrero sobre la desventura suya y de su compañero, Anselmo. Ellos fueron rivales en la solicitud de una hermosísima mujer, que vivía en una aldea cerca del valle donde estábamos. Sucedió que esta preciosa joven, se enamoró de un tal Vicente de la Roca, militar italiano, que visitó la aldea. Con tantos hombres esperando ser escogidos por Leandra y por su padre, ella se fue con Vicente. Pero sucedió, entonces que ese malévolo militar, le robó y la dejo abandonada en una cueva. Cuando la encontraron, su padre la mando a un monasterio de una villa cercana, esperando que el tiempo gaste la mala opinión, que sobre su hija, se puso.

Dije al cabrero, que trataría de sacar a Leandra de ese monasterio, para que pudiese culminar con esa historia. Me presentó un fantasma con el cabrero. Pero ha de atreverse ese bellaco a insultarme de tal manera que no tuve otra manera, que arremeter contra el cabrero. Socorrió a la disputa, mi escudero. Arremetían cobardemente contra mí, y se dispersaba mi sangre en tanta cantidad como puñados me llovían.

Sonó, entonces, una trompeta. Pedí una tregua al cabrero, pues era seguro que esa era una llamaba a alguna misión caballeresca. Venían bajando unos malandrines, que llevaban a una cautiva doncella. Arremetí contra ellos, haciendo cumplir mis órdenes caballerescas. Di las razones pertinentes a uno de los follones. Uno de esos villanos, me dio una cuchillada, que me hizo caer de Rocinante. Quedé tendido en el suelo. Pedí a Sancho que me llevara de vuelta a la jaula encantada.

Así lo hicieron y proseguimos el camino. Al cabo de seis días, llegamos a la aldea. Me atendieron dos señoras, y me tendieron desnudo en un lecho. No podía reconocer, todavía, el lugar donde estaba.

Donde prosigo con la ventura sucedida durante el encantamento.

Hablaban delante de la jaula, los bellacos fantasmas con el canónigo, diciéndole quién sabe qué bellaquerías, pues me era imposible escuchar con claridad su conversación. Al fin de escuchar los murmullos del par de fantasmas encantados y el Canónigo; llego se Sancho a decirme que tales fantasmas no eran más que el Cura y el Barbero de nuestro lugar. Ante esa impertinencia de Sancho, le explique sobre como los encantadores tomaban los rostros de otras personas para hacerse pasar por ellas y no por quien realmente son. Siguió insistiendo Sancho, preguntándome si en mi jaula me habían dado ganas de hacer aguas mayores o menores. Caí en cuenta de la razón que Sancho tenía. Pero había posibilidad que los encantamentos hubiesen cambiado. Y así, iba yo encantado de cualquier manera. Me pidió Sancho que tratásemos de salir de aquel encantamento. Le apoye, pues sabía que no iba a servir de nada.

Di mi palabra, para que me soltaran, porque de todas maneras era un encantamento. Feliz salí de la jaula, salude a Rocinante.

Me dijo el canónigo, tantas razones absurdas, sobre la maravillosa caballería, echando a polvo y mentira todas las verdades caballerescas que se dicen en tan apreciados libros de caballerías. Negando todos los caballeros andantes que han existido. Respondí con la mismísima verdad sobre todas aquellas blasfemias que aquel pobre encantado acababa de decir. Me dio, entonces, la razón, el canónigo, aunque no muy certero. Y con la misma insolencia, siguió insultando, los libros de caballerías. Con licencia de reyes y aprobación de todos, no podían ser esos libros farsas. Con una descriptiva demostración, hable al blasfemo encantado sobre la fe y la honra que las órdenes de la caballería involucran.

Conté al Canónigo, de mi deseo de darle un condado a mi escudero. Llegaron los otros y nos sentamos a comer a la sombra de unos árboles.

De pronto, se escuchó un estruendo entre las malezas, de ahí salió una hermosa cabra, tras ella, venía el cabrero dándole voces para que se detuviese. Acercándose, se detuvo la cabra. El Canónigo tranquilizo al cabrero y lo invito a comer. Entre la conversación al comer, el cabrero se ofreció a contarnos una verdad que tenía.

Con ese no se qué de aventura de caballería, acepté escuchar aquel cuento que el cabrero se disponía a contar. Sancho dio sus verdaderas razones de escudero y se fue a comer cerca de un arroyo.

sábado, 21 de agosto de 2010

El inicio del encantamento.

Finalmente, los infames cuadrilleros cayeron en cuenta y el cura pagó, no entendí porqué, ocho reales por el yelmo del Mambrino así no se llamase engaño jamás. Así se calmaron los ánimos en el castillo. Quedé libre y me pareció que debía seguir adelante con la aventura del reino de Micomicón. Previne a la princesa para continuar con nuestra misión. A la mano de Dios dimos seguimiento a la misión. Pero salió Sancho, otra vez, tratando de impedir el cumplimiento de mi misión y con sus afirmaciones falsas. Así me enfade tanto que sus cuantas verdades le dije:¡Oh bellaco villano, mal mirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente! Para tales palabras que osó a decir enfrente mío y de todas las doncellas del castillo. ¡Vete villano! Me disculpé por las bellaquerías de mi escudero, pero tendría que a ver sido por vía de encantamento que Sancho dijere todos esas acusaciones juntas.

Me fui a descansar. Cuando desperté, estaba inmóvil, mudo y con muchos fantasmas de ese maldito castillo alrededor. Me encerraron en una jaula y una voz decía que profesaba, que estuviera yo tranquilo porqué con el curso de mi caballeresca vida, llegaré a la flor de la caballería andante, casado con mi Dulcinea del Toboso, de cuyo feliz vientre saldrían mis hijos, para gloria perpetua de la Mancha. Supe que podía confiar en la bondad del sabio encantador que estaba a cargo de mis cosas.

Extrañamente me llevaron sobre un carro de bueyes, que me confundía, pues no es común que a los caballeros andantes los llevan así. Pero todo era posible en estos encantamentos. Sancho insistía uno de aquellos fantasmas endiablados olía a ámbar, pero eran puros engaños de ese diablo. Se despidieron, muy tristemente, de mí, la señora del castellano y su doncella. Las consolé y di esperanza de que Dios me sacara de este encantamento.

Sentado en la jaula, amarrado de las manos, empezamos a caminar. Tras dos leguas, llegamos a un valle, para alimentar y descansar los bueyes. Llegaron unos señores en caballo. Uno preguntó porqué me llevaban así, me dijo que sabía de caballería así que, entendería lo que le dijese. Conté al Canónigo, mi historia. Sancho llegó renegando el hecho de que estuviese yo encantado, discutió entonces con dos de los fantasmas endiablados, éstos se fueron a conversar con el Canónigo, adelante.

Siguiendo con la ilusa confusión de mi yelmo del Mambrino por bacía.

Así, hice caer en cuenta de la razón, al caballero que había afirmado que mi yelmo era bacía. Pero en la confusión de la albarda con jaez de caballo, no me pensaba entrometer. Conté a los señores de las tantas cosas tan extrañas que habían pasado en ese castillo, por puro encantamento. Así que ponerme a discutir si esa era albarda o jaez, ni me atreví a dar sentencia definitiva, eso sería caer en juicio temerario. Quizás por que esos señores no eran armados caballeros, como yo, no tenían que ver con los encantamentos de ese castillo y tendrán los entendimientos libres para juzgar las cosas de ese castillo y no como a mí me parecía. Así hicieron votos entre los señores para decidir que era que. Se discutió entre albarda de asno y jaez de caballo. Se atrevió un cuadrillero a afirmar que era albarda, le señale como bellaco villano y arremetí como mi lanzón para darle su merecido! Pero ha de correr con suerte y se ha hecho pedazos mi lanzón en el suelo! Así arremetí contra los cuadrilleros con mi espada! Sancho aporreaba al señor que quería el jaez. El laberinto de cosas era tal, que me ví metido de hoz y de coz en la discordia del campo de Agramante! Alcé la voz y comprobé mis afirmaciones que en ese castillo habitaba alguna región de demonios y nos habían trasladado al campo de discordia de Agramante. Así hice caer en cuenta al Oidor y al Cura de las posiciones que debían de tomar, siendo uno el rey Agramante y el otro el rey Sobrino. Porque era gran bellaquería que tanta gente principal se matara por causas tan livianas. Entonces se apasiguaron las condiciones del castillo. Sucedió entonces, que uno de esos viles cuadrilleros me tomó, con gran cobardía, por mi cuello pero no ha de conocer ese malandrín quién era yo, lo tome por la garganta y si no lo socorren sus cómplices, ahí hubiese quedado sin vida ese villano. Gracia me hizo, la cantidad de disparates que esa gente soez y mal nacida decía de cuando di libertad a los encadenados. Sus merecidas cosas les dije a esa gente infame con licencia de la Santa Hermandad. Pregunté, ¿Quién fue el mentecato que había firmado mandamiento de prisión contra un caballero andante como yo? Y ¿Qué caballero ha habido, hay ni habrá en el mundo, que no tenga bríos para dar, él solo, cuatrocientos palos a cuatrocientos cuadrilleros que se le pongan delante?

domingo, 15 de agosto de 2010

Sucesos del castillo.

Reté a los cuatro caminantes a que alguno dijere que yo había sido encantado y como mi señora Micomina me dé licencia para ello, yo le desmentiría, le retaría y desafiaría a singular batalla. Pero como ninguno se atrevía a responder y bajo mis ordenanzas de caballería, no podía yo empezar otra empresa habiendo dado mi palabra, de no hacerlo hasta acabar con la que había prometido. Así quede en silencio hasta ver en que paraban las diligencias de aquellos caminantes. Resultó ser que los cuatro señores eran criados de un buen padre quién mandó a buscar por su hijo. Al parecer era el mozo de mulas que había escuchado yo por la noche. El señor, don Luis, no pensaba en regresar con su padre hasta no dar fin a un negocio en que le iba la vida, la honra y el alma, según él decía. Ya para aquella hora, no era necesario guardar más el castillo. Así que, me puse a escuchar los discursos de estos caballeros. Sucedió pues que el señor Oidor, reconoció al tal don Luis como su vecino, y así se apartaron para que don Luis le contara al otro el porqué de todo. De pronto se escucharon en la puerta grandes voces de socorro y era la causa que el caballero del castillo estaba siendo atacado por dos viles señores. Las doncellas del castillo me pidieron ayuda para sacar al caballero de aquella batalla mas no podía yo ayudarle puesto que era menester tener licencia de mi princesa Micomicona para poder socorrerle en su cuita. Así le pedí licencia a Micomicona para socorrer al castellano del castillo. Embracé mi adarga y tomando mi espada, acudí a lugar de la batalla, pero me detuve, puesto que mi escudero no estaba presente y no podía yo poner mano a la espada contra gente escuderil. Así pues, con mi ágil mente caballeresca, gracias a mis persuasiones aquellos señores pagaron al castellano lo que a éste le debían. Llamado por un ruido que venía de la caballeriza del castillo. Sucedía que Sancho Panza peleaba con uno de los caballeros que iba con nosotros al reino de Micomicón, pues éste acusaba a Sancho de ser un salteador de caminos. Pero a todo esto mi escudero defendía mi yelmo de Mambrino y su albarda. Tal vasta razón y fuerza, para defender lo que era de su caballero andante, tenía Sancho, que me propuse armarlo caballero en la primera ocasión que pudiese. Él daría por bien empleada la orden de caballería. Manifesté la verdad porque el señor decía que era bacía mi yelmo del Mambrino...

sábado, 14 de agosto de 2010

Lo sucedido durante mi guarda resguardando el castillo de la hermosura.

Al inicio de mi guarda escuché un canto como de mozo de mulas, al poco rato se detuvo. Mi caballeresca mente no podía dejar de pensar en su razón de vivir, suspiros venían y se iban, preguntándome que hará en ese momento la tu merced? ¡Oh señora mía! Dulcinea del Toboso. ¡Oh luminaria de las tres caras! dame tu nuevas de ella. Que por ella mi corazón padece, gloria ha de dar a mis penas, vida a mi muerte y premio a mis servicios. De pronto, una voz me empezó a hablar una voz desde una ventana de aquel castillo. Era la hermosa doncella, vencida por su amor, me solicitaba desde allí. No siendo descortés, fui con Rocinante donde ella estaba y principalmente me disculpé pero ella me pidió darle una de mis manos para poder salir de aquella ventana. Sentía que me maltrataban la mano. Me dí cuenta que otra vez había sido presa de encantamento y quedé atado. Con mucho enojo trataba de soltarme pero con mucho cuidado porqué si Rocinante se movía, quedaba yo atado. Invoque y pedí ayuda de todos los que me pudiesen ayudar. Me llego a alcanzar el amanecer, hasta que algún desencantador me desencantase. Llegaron cuatro hombres llamando a la puerta. Les dije que a esas horas nadie iba a abrir las puertas del castillo. Los repugnantes señores insistían en que era aquel castillo una venta y en esas discusiones ha de traer la maldita ventura de aquel día, que mi caballo se moviese, me resbalara de la silla y quedara yo colgado casi en el suelo, atado de un brazo, sentía que mi muñeca se cortaba y que mi brazo se arrancaba. Hasta que fui desencantado y caí al suelo, con mi valentía de caballero, me levanté, monté en Rocinante, embrace mi adarga, enristré mi lanzón, y salí a galope sobre Rocinante.

Siguiendo con lo sucedido en la venta.

Entraron a la venta un caballero junto a una fermosísima doncella, que era su hija, a quienes introduje con mucha voluntad y amabilidad al castillo. El señor Oidor, quien era el caballero que entró a la venta, era según el capitán, uno de sus hermanos. Lo llamo capitán, debido a que el cautivo nos acababa de contar su historia, la cual era larga e interesante, en ella él había sido capitán de infantería, no la escribiré pero si la tendré por siempre, presente. Resultó que el señor Oidor era uno de los tres hermanos que tuvieron por padre un caballero muy visionario, quién había partido su hacienda entre sus tres hijos y les había designado a cada uno, una profesión a seguir. Eran naturales de un lugar de la Montañas de León. Y al parecer estos dos hermanos que por la ventura se habían encontrado, siguieron los consejos de sus padre tal y como se los dijo. El señor Oidor reconoció entonces la historia de su hermano, contada por el cura, así contó de su padre y de su otro hermano. Lleno de compasión daba gracias de saber que su hermano estaba vivo, donde sea que estuviera. El cura hizo su pensamiento, acción y así presento a Zoraida, al capitán y al Oidor. Quedé admirado, sin palabra alguna, a tan extraños acontecimientos, definitivamente eso solo podía deberse a quimeras de la andante caballería. Me ofrecí a resguardar el castillo para evitar ser acometidos por algún gigante o mal andante follón, codiciosos del gran tesoro de hermosura que en aquel castillo se encerraba.

sábado, 12 de junio de 2010

La batalla con el gigante del reino Micomicón.

Como lo había dicho antes, dormido había quedado en la venta, más la llegada al reino Micomicón estaba próxima. Y mis deseos de enfrentar al monstruo, que tantas molestias le ha dado a la princesa Micomicona, eran muchos. Pues da la ventura de Dios que me encontré yo, a ese ladrón, malandrín, follón y todo lo que se le parezca, inmediatamente arremetí contra él en tal desaforada batalla que de un revés le derribé la cabeza, hasta dejarlo sin parte alguna de su cuerpo en el apropiado lugar. La sangre corría como si fueran arroyos de agua. De pronto sentí como si un caldero de agua fría se vertiera por todo mi cuerpo, más no otra cosa que la sensación caballeresca del triunfo.
Entregue mi promesa a la princesa Micomicona, hincado de rodillas, le dije que podía vivir de ahora en adelante sin ninguna preocupación, pues ya su caballero había acabado con tan mal nacida criatura.
Tranquilo y tan agotado quedé, que me dediqué a descansar como si regresara a un estado en el que había estado hace un momento...
Me despertaba yo, cuando Sancho llegó a decir unos cuantos disparates, de que no había matado yo otra cosa, que unos cueros de vino y que la princesa Micomicona era un señora Dorotea. Así pues me vestí para ver todos aquellas transformaciones que Sancho, decía, habían ocurrido. Hable con la princesa Micomicona, supuestamente convertida en una doncella particular. Pero ella lo negó y afirmó que seguía creyendo en el valor de mi valeroso brazo. Me enojé bastante con el mentiroso y falacete de Sancho, pues no había dicho más que disparates falsos! Los presentes reconocieron mi fama de gran caballero y esperamos al iniciar del próximo día.
Pasaron por la venta un caballero cautivo y una señora Mora que según lo entendido se llamaba María, pues la Mora no sabía hablar cristiano. Ellos se iban a quedar en la venta. Cenamos con mucho contento, en ese tiempo expliqué a los presentes las labores de los caballeros andantes, que el fin de la guerra es la paz, los trabajos de los estudiantes y cómo llegan a gobernar el mundo desde una silla. Pero comparados a los trabajos de guerreros se quedan muy atrás en todo. Expliqué la pobreza del estudiante guerrero y cómo es más fácil premiar a los letrados que a los soldados. Armas contra letras. Como una ocupa de la otra y la otra ocupa de la una. Así me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me quitaran la ocasión de hacerme famoso. Pero que haga el cielo lo que fuere sevido.

Donde prosigo narrando lo que sucedió en el camino.

Pero ha de traer la ventura que al majadero de Sancho se le ocurriese revelar mi participación en la hazaña de liberar a los galeotes. Pero expliqué a todos la ley de la caballería por la que me regía y así debía ayudar a los menesterosos. Explicó la princesa que sus padres habían muerto y del gigante: Pandafilando de la Fosca Vista, quien aprovechándose de eso amenazaba con quitarle todo el reino si no se casaba con él. El rey, padre de ésta princesa profetizó mi persona como caballero que salvaría su reino. La princesa dijo también, que si el caballero degollaba al gigante, la princesa, si el caballero quisiese, se casara con él y heredaría todo su reino al caballero. Pero aún con todo esto no podía yo, dejarme llevar por un reino lejano, cuando tenía ya mi señora y que a ella debía toda mi vida y profesión. Se atrevió pues, Sancho a dejar salir de su traidora boca tales blasfemias de Dulcinea que con dos palos lo derribe y sino fuera por la princesa ahí le hubiese quitado la vida por meterse con aquella que por tan valiente caballero tenía como amante. Con estas discusiones entre mi escudero y yo, opinó la princesa que nos disculpáramos. Así fue. Vimos a un caballero montado sobre un jumento. Sancho reconoció a Ginés de Pasamonte montado sobre su rucio. Así pues, acuso Sancho al ladrón y éste se fue y dejó el rucio de Sancho. Pregunté a Sancho dónde y cómo encontró a Dulcinea. Pero Sancho respondió lo que yo sabía, pues dejo el librillo de memoria donde yo la había apuntado. Pero me contó que se la dijo a un sacristán que se le trasladó al papel. Eso no me descontaba. Y pregunté otra vez, a Sancho que estaba haciendo la reina de la hermosura. Así me contó lo discreta que era. Y del olor tan aromatizado que se percibía al estar cerca de ella. Dulcinea rasgó la carta pues no sabía leer y no quería que nadie se enterara de sus cartas. Así ella se complacía con lo que Sancho le dijo sobre mí y mi penitencia. Siendo tal liberal se despidió de Sancho. Además hable a Sancho del sabio nigromante pues llevan en volandillas a los caballeros o escuderos distancias lejanas para cuidarlos y ayudarlos. El deseo de Dulcinea por verme, me confundía en saber el que hacer. Pero decidí ayudar a la princesa Micomicona y después ir a la visita de mi señora. Sancho insistía en que yo me casara con la princesa para ganar en dote el reino Micomicón. Pero expliqué a Sancho que si yo lograse cumplir lo que la princesa ocupaba, seguramente me daría una parte del reino y yo se la daría a él. Nos detuvimos para beber en una fuente. Pasó en esto un muchacho y me abrazó fuertemente. Lo reconocí. pues era: Andrés, quien había encontrado atado en una encina anteriormente, siendo azotado por su amo. Me contó Andrés que el villano no cumplió mi orden y terminó de azotarle e insultarle. El muchacho me culpó por haber insultado a su amo. Pero el error estaba en haberme ido yo de aquel lugar sin dejar a Andrés pagado y libre. Recobrando mi promesa de que aquel muchacho fuese pagado, quería ir yo a vengar los azotes de Andrés. Pero la princesa me recordó su don y que no debía desviarme. Así pues, Sancho le dio pan y queso para satisfacer su hambre. Y siguió su camino, no sin antes insultar a los caballeros por entrometidos y no sé cuantas otras cosas más. Iba yo a levantarme para castigarle cuando el muchacho echó a correr y no tenía la voluntad de seguirle. Aunque si quedé muy pensativo de lo que Andrés había contado.
Acabóse la comida, ensillamos y llegamos a la venta, la ventera, ventero, la hija y Maritornes me recibieron y me fue designado un mejor cuarto del de las vez pasada. Ahí me acosté y quedé profundamente dormido, pues estaba muy cansado

sábado, 5 de junio de 2010

De la manera en que salí de mi penitencia, llamado por mis labores caballerescas.

Encontróme Sancho en mis remotas condiciones de penitencia. Me dijo que Dulcinea había pedido verme en el Toboso pero era imposible pues, hasta que yo no hubiese cometido las hazañas menesterosas no era digno de aparecer ante la hermosura de mi dama. Además si eso sucedía corría peligro de no llegar a ser emperador, como estaba obligado, ni aun arzobispo, por lo menos. Vistiéndome estaba, cuando apareció ante mí una hermosa señora, la cual, se arrodillo ante mí, pidiéndome un don. A lo que, respondí que cumpliría mientras no sea en daño de mi rey, mi patria y de aquella que de mi corazón y libertad tiene la llave. Aquella doncella era la princesa Micomicona, del reino Micomicón de Etiopía. El don se trataba de dar venganza a un traidor que tenía en el reino de la princesa usurpado. Concediendo el don y con ayuda de Dios, nos dirigimos donde la doncella nos guiaba. Espantado quedé cuando se me apareció el señor Licenciado alabando mis hazañas de caballero andante. El señor Licenciado se iba a subir en la mula del escudero cuando éste, cayó y sus barbas salieron volando a la distancia. El cura se le acercó y con un bálsamo especial le arregló las barbas y así, seguimos el camino. Pregunté al Licenciado la causa de andar por aquellos caminos, las razones que el sacerdote me dio no fueron para nada de mi conveniencia, pues era que: unos galeotes que iban presos fueron liberados por un loco y esos galeotes habían asaltado al cura, al maése Nicolás y al mancebo que venía con ellos. No ose yo a decir palabra, pues aquel loco del que hablaban había sido yo.

sábado, 29 de mayo de 2010

Donde cuento mi proseguir en Sierra Morena.

En la punta de una peña pensaba a quien imitar: si a Roldán en las locuras desaforadas que hizo, o a Amadís en las melancólicas. Razonaba para mí mismo, la falta de razón alguna como la de esos otros caballeros para pasar lamentos ni pesadumbres, desnudo en este prado. Pero la memoria de Amadís surgió y bástose para mí la ausencia de mi amada. Bueno pues, me puse manos a la obra, trayendo a mi memoria cosas que me ayudasen a imitar al gran Amadís. Mas yo sabía que lo que más hizo él fue rezar y encomendarse a Dios; pero yo no tenía rosario. Me ingenié, entonces, hacerle nudos a la falda de mi camisa, uno más gordo que los demás y así recé varias veces. Deseaba que se apareciese un ermitaño que me confesase y con quien consolarme. Paseaba por el prado, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos tristes y enamorados versos. Llamaba yo, a varios de los Dioses. Tres días pasaron mientras esperaba yo, el regreso de mi escudero...

Donde narro mi decisión y acontecimiento en Sierra Morena.


Nos despidimos del cabrero y seguimos el camino. Sancho me pidió licencia para regresar a su casa. Entendí yo, las razones de Sancho pero aún así seguimos los dos como escudero y caballero. Le explique a Sancho mis razones para defender a la reina Madásima, además de las leyes de caballería y mi gran hazaña, que andava buscando. Hable a Sancho del más perfecto de los caballeros andantes: Amadís de Gaula, al quien se debía de imitar si se quisiere alcanzar la perfección de la caballería. Conté a Sancho una de las cosas en que Amadís mostró su prudencia y valentía, cuando se retiró, desdeñado de la señora Oriana, a hacer penitencia en la Peña Pobre, mudado su nombre en el de Beltenebros. Quisiera yo, imitar a Amadís haciendo ahí, donde nos encontrábamos, lo del desesperado, del sandio y del furioso, imitando al valiente don Roldán cuando encontró a la bella Angélica cometiendo vileza con Medoro. Pero no pretendía yo cometer tantas locuras como las de Roldán, sino, que con solo la imitación de Amadís, quien sin locuras de daño, sino lloros y sentimientos, alcanzó tanta fama como el que más. Sancho, muy acertadamente, me preguntó que cuál era mi fatal causa para hacer esa penitencia. Ahí estaba el punto, pues quería dar a entender a mi dama que si yo hiciere eso en seco ¿qué hiciere en mojado? . Loco estaba y loco iba a ser hasta que Sancho no me trajere la respuesta de una carta que pensaba enviar con él a Dulcinea del Toboso. Si fuere tal cual a mi fe se le debe, se acabare mi sandez y mi penitencia; y si fuere al contrario, sería loco de veras. Pregunté a Sancho si traía el Yelmo de Mambrino. Sancho seguía sin echar de ver que aquella "bacía de barbero" que él decía era el Yelmo de Mambrino pues cada quien le parecería diferente cosa. Llegamos al pie de una montaña, un prado verde, perfecto para realizar mi penitencia, causado por una luenga ausencia y unos imaginados celos han traído a lamentarse entre éstas asperezas. Me baje de Rocinante y le pedí que se fuera donde quisiera. Pero Sancho pidió a mi caballo para llevar el mensaje a mi amada. Explique a Sacho de la firmeza de mis "calabazadas". Pensaba escribir mi carta en el librillo que era de Cardenio junto con la libranza pollinesca, la firma será "Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura" Me acordé que Dulcinea no sabía ni escribir ni leer pues mis amores y los suyos siempre han sido platónicos. No la había visto cuatro veces y de esa cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba pues tal es el recato y encerramiento con que su padre Lorenzo Corchuelo y su madre Aldonza Nogales la han criado. Sancho la reconoció por conocida suya, hasta ese entonces Sancho reconoció pues mi título de desesperarse y ahorcarse por ella. Le conté a Sancho una historia que le sirviere para reconocer que yo tanto amo yo a Dulcinea como vale la más alta princesa de la tierra. Saqué el libro de memoria y escribí la carta. Al acabarla llamé a Sancho para leerle la carta. Y como mi diario es mi alma en papel aquí también la escribiré:
"Soberana y alta señora:
El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu hermosura me desprecia, si tu valor no es mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en este cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación ¡oh bella ingrata amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto; que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte,
El Caballero de la Triste Figura".
También hice la carta para mi señora Sobrina, pidiéndole dar a Sancho Panza tres de los cinco pollinos que dejé en casa. Sancho preparaba para irse. Pero le pedí que se quedara para verme en cueros y haciendo unas cuantas locuras. Sancho se negaba. Entonces se fue, subido sobre Rocinante y dejando rastro para poder encontrarme cuando regresare mi escudero. Pero Sancho se devolvió para ver una de mis locuras, rápidamente me desnude y di dos zapatetas en el aire y dos tumbas la cabeza abajo y los pies en alto. Sancho siguió su camino.

viernes, 28 de mayo de 2010

Prosigo mi aventura de Sierra Morena.


Escuchábamos al Caballero de la Sierra. Le ofrecí mi valiente ayuda si fuese menester. Le convidamos algo de comer. Después nos llevó a un verde pradecillo y nos dijo que contaría sus desventuras mientras que se le interrumpiera. Me acordaban esas razones el cuento que mi escudero me había contado y por no acordarse del número de cabras que habían pasado el río, quedó la historia pendiente. Yo se lo prometí en nombre de los demás. Su historia. Nos contó de su patria, una ciudad de las mejores de Andalucía, su rica familia, su nombre: Cardenio y su amada doncella: Lucinda. De cuando pidió al padre de Lucinda, su hija por esposa. De cuando su padre le dio una carta del Duque Ricardo, donde decía que tenía que irme para cumplir la voluntad del duque. Pedí a Lucinda y a su padre que me esperaran hasta que él cumpliera lo que Ricardo quería. El Duque lo trató bien y se hizo amigo del hijo de Duque, Fernando. El enamorado Fernando de una labradora cometió un disparate con ella. Una vez Fernando citó a Cardenio en Andalacía, él aceptó con ansiosas ganas de ver a Lucinda. La vimos, Fernando quedó enmudecido y enamorado de Lucinda. Despertaron en mí los celos. Lucinda le pidió el libro de Amadís de Gaula pues era aficionada a éste. Con esa declaración entendí la alteza de su entendimiento, no era menester más palabras para declarar la hermosura de Lucinda, con esto confimé la hermosura, valor y entendimiento de la doncella Lucinda. Tiempo podrá venir para enmendarse esa falta. Le propuse venirse conmigo a mi aldea pues le podía dar más de trescientos libros, que son el regalo de mi alma y el entretenimiento de mi vida. Pero tenía para mí que ya no tenía ninguno, merced a la malicia de malos y envidiosos encantadores. Pedí perdón por interrumpir la historia. Al cabo de un espacio. Cardenio se pronunció diciendo que el maestro Elisabat estaba amancebabo con la reina Madásima. Inmediatamente reaccioné en defensa de la reina Madásima pues era muy principal señora y jamás se ha de presumir que tan alta princesa se había de amancebar con un sacapotras. Declare a todos los que entendiesen lo contrario como mentirosos como grandes bellacos. Arremetió contra mí Cardenio, con su guijarro se avalanzó encima mío y me hizo caer de espaldas. Acudió Sancho a la escena y Cardenio lo recibió con una puñada que le brumó las cosillas. Sancho trató de vengarse con el cabrero pero los detuve y pregunté al cabrero donde podía encontrar a Cardenio pues quedé yo, con grandísimo deseo de escuchar el resto de la historia. El cabrero me dijo que no era cierto donde encontrarlo pero que si anduviesemos por aquellos contornos le podríamos hallar: cuerdo o loco.

sábado, 22 de mayo de 2010

De lo que nos aconteció en Sierra Morena.


Hacer el bien a villanos es echar agua en mar, si le hubiera hecho caso a mi escudero hubiese evitado semejante desgracia. Pero hecho está y escarmentar para de aquí en adelante. Sancho me volvió a advertir sobre La Santa Hermandad. Le advertí a Sancho que me iba a apartar de ese peligro pero solo por los ruegos de Sancho y no por mi voluntad. Porque yo estaba listo para enfrentar cualquier peligro que viniese. Subí a mi caballo y entramos por Sierra Morena. Aquella noche llegamos a las entrañas de Sierra Morena, entre dos peñas y alcornoques. A la mañana siguiente Sancho recordaba con plegarias su asno, pues no estaba. Lo consolé y continuamos el camino por aquellas montañas. Empecé a tratar de alzar una maleta. Ordené a Sancho ver que había dentro. Habían cuatro camisas y otras cosas de lienzo, también hayó un montoncillo de escudos de oro y un librillo de memoria. No adivinaba de quien podía ser la maleta. Leí lo primero que decía en el librillo y venía un soneto. Que hablaba de una dama llamada: Fili. Volví la hoja y leí una prosa o carta que ahí venía. Hablaba de la furia de un desdeñado amante. Así era todo lo escrito en ese librillo. Tenía gran deseo de saber quien era aquel amante. Pero no había a nadie a quien preguntar. Seguimos nuestro camino. De pronto vi un hombre desnudo que iba saltando de risco en risco, de mata en mata de una manera muy extraña. Pero no pude seguirle, seguramente ese era el dueño del librillo. De cualquier manera quería seguirle y saber quien era. Rodeamos parte de la montaña, encontramos una mula muerta, ensillada. Confirmamos la sospecha de que aquel hombre que huía era el dueño de la mula y del hallazgo anterior. Oímos un silvido proveniente de un hombre anciano que dirigía sus cabras. Le llamé. El cabrero preguntó por si habíamos visto a alguien pero yo se lo negué. Solo encontramos la maleta, le dijimos. Preguntándole por el dueño, nos respondió que hace seis meses había venido un caballero montado en esa mula con la maleta. Por sus actos malignos contra de nosotros. Los cabreros lo buscamos y le enseñamos como podía pedir el alimento y sin asaltar a los cabreros. Era un gentil y agraciado mancebo. Pero de pronto arremetió con furia con lo primero que se encontró. Decía males de un tal Fernando por traidor y fementido. Después se emboscó por entre las jarales y malezas, de modo que se nos imposibilitó seguirlo. Por ésta razón conjeturamos que la locura le venía a tiempos. Todo eso se ha confirmado cuando pide cortezmente comida a los pastores y cuando la locura le aflora les quitaba la comida por fuerza. El cabrero nos dijo que pretendían buscarle y llevarle a la Villa de Almodobar para que allí le curen si tuviese cura. Nos confirmó que aquel hombre que yo había visto pasar saltando por la sierra era el mancebo. De pronto lo vimos llegar, nos saludo gentilmente.

Donde le doy la libertad a muchos desdichados que iban donde no quería ir.


Alce los ojos, viendo que venían doce hombres a pie, ensartados en una gran cadena de hierro por los cuellos y esposados a las manos. Asimismo venían dos hombres a caballo con escopetas y dos a pie con dardos y espadas. Sancho apenas los vio me dijo que eran galeotes, gente forzada del Rey que va a las galeras. Gente que por sus delitos va condenada a las galeras del Rey. De todas maneras era gente que iba forzada y en contra de su voluntad. Ahí encajaba la ejecución de mi oficio: deshacer fuerzas, socorrer y acudir a los miserables. Sancho me advirtió de que era justicia mandada por el Rey. Pedí razones a los hombres a caballo del porque llevaban a esa personas de esa manera, a lo que me respondieron que eran galeotes que iban donde el Rey y que traían las razones y la sentencia de los malaventurados. Pero que no la iban a sacar para leerlas entonces le pregunté a uno de los presos y me dijo que por enamorado que su pecado fue abrazar una canasta de colar atestada de ropa blanca y la justicia se la tuvo que quitar por la fuerza, castigado con tres años de galeras. Le pregunté al segundo y no respondió palabra. Me dijeron que varios iba por músico y cantor, confesó su delito y le condenaron a seis años de galeras. En el tercero, me dijo que le faltaron 10 ducados y lo condenaron a cinco años de galeras. El cuarto no dijo nada y comenzó a llorar, pero el quinto me dijo que él iba por cuatro años a galeras por pasear las acostumbradas vestido en pompas y a caballo, osea, por alcahuete y por hechicero. El hombre nos extendió las causas por las que le llevaban, se echó a llorar. Sancho se compadeció y le dio un real de limosna. Le pregunte a otro y me dijo que se había burlado demasiado con sus primas y casi hermanas, sentenciado con seis años de galeras. Había otro que venía más bien apresado que los otros encadenado por todo su cuerpo. El guarda me dijo que era el que más había cometido delitos y aún así como lo llevaban no estaban seguros de que no se les escapara. Iba por diez años y era el famoso Ginés de Pasamonte, que también le llamaban Ginesillo de Parapilla, me dijo la guarda. Pero el galeote se pronunció diciendo que se llamaba Ginés de Pasamonte y no otra cosa. Me contaron del libro de "La vida de Ginés de Pasamonte" del galeote pues era esa la causa por la que se lo llevaban otra vez a las galeras. La guarda iba a mal tratarlo pero yo lo impedí. Pedí a los comisarios soltar a los presos, pues era cuestión de cada uno cargar con sus pecados y juicio de Dios. La guarda se negó. Arremetí al guarda con la escopeta, lo derribe. Los otros trataron de arremeter contra mí pero yo los aguarde y huyeron. Libres todos los galeotes. Sancho me advirtió que los comisarios que habían huido iban a avisar a la Santa Hermandad, pero yo sabía como manejarlo. Llamé a los recién libres presos y les dije que se dirigieran al Toboso y se presentasen ante Dulcinea como los hombres liberados por el "Caballero de la Triste Figura" y que le contaran todo lo que había pasado. Ginés respondió que era imposible pues los arrestarían de inmediato. Enojado le ordené que fuera al Toboso. Pero cobardemente empezaron a tirar una nube de pedraras, me fue imposible quitármelas y caí. Uno de los galeotes se acercó para quitarme todo lo que pudo, me golpeó y despedazo mi yelmo. A Sancho también le quitaron el gabán, dejandole en pelota.
Solos quedamos, apedrados y sin nuestras pertenencias. Tan malparados por los mismos a quien tanto bien les había hecho.

Donde describo otra de mis exitosas aventuras junto con mi futura gran historia.


Sancho quiso que entráramos en el molino de batanes pero ante la pasada burla me negué. Desviándome hacia la derecha y como si el refrán: "Donde una puerta se cierra, otra se abre" se me estuviera cumpliendo al pie de la letra. Descubrí a un caballero montado en su caballo rucio y dorado, que traía en su cabeza el yelmo del Mambrino, sobre el juramento que yo había hecho. Sancho me insistía en que podría ser otra falsa aventura de los batanes pero era imposible, reconocía a ese yelmo como a Dulcinea, mi amada dama. A todo correr de Rocinante le embestí con el lanzón. Le llame a defenderse. Pero ante tal caballero salió corriendo por el campo. Tome por propio el encantado yelmo de Mambrino. Estaba un poco deformado pero en el primer Herrero lo arreglaría. Sancho empezó a "rebuznar" por el sabor de mi bálsamo y de las burlas que habíamos pasado. Dejamos el caballo del caballero vencido así pues lo decían la leyes de caballería.
Almorzamos de las sobre del real, que del acémila despojaron y bebimos agua del arroyo de los batanes.
Caminamos por donde la voluntad de Rocinante quisiera, llegamos el camino real y seguíamos por allí. Sancho me propuso que fuéramos a trabajar para un emperador pues era muy poco lo que ganábamos buscando aventuras solos. Así, también el mi nombre fuese renombrado y puestas mis grandes habilidades caballerescas en papel. No era mal idea pero antes de eso es menester andar por el mundo en busca de hazañas de caballeros para cuando se llegara a las órdenes de un gran monarca ya el caballero fuese conocido por sus obras. Y así el rey reconociese al caballero y le llevase al castillo, la doncella, hija del rey, y el caballero caerán entrelazados en las redes del amor. El caballero huésped pedirá al rey licencia para combatir contra el reino opositor, el rey aceptará y esa misma noche se despedirá el caballero de su doncella por una ventana que daba a su aposento. El caballero pelea en la guerra, vence al enemigo del rey y gana muchas ciudades. Vuelve a la corte donde le pide al rey su hija como esposa, pero el rey no quiere porque no sabe quien es el caballero. De cualquier forma la doncella llega a ser la mujer del caballero y el rey averigua que el caballero es hijo de un rey de algún lugar. El rey muere y hereda su reino a su hija. El caballero es nombrado rey. Casa a su escudero con una mujer hija de un duque.
Esos eran los pasos que seguíamos. Pensábamos en el rey, con guerra y con hija hermosa, pero para eso habrá tiempo después. Un problema era encontrar el linaje de mío con algún rey o emperador. Explique a Sancho los dos tipos de linaje que habían: unos fueron que ya no son y otros son que ya no fueron. Y así podría aceptarme la hija del rey y el rey mismo. Hablé a Sancho de como tomar su futura posición de conde.
Pues ante todos estos razonamientos debíamos dejar que el cielo decidiera que fuese a pasar.

sábado, 1 de mayo de 2010

De las aventuras con mi escudero después del combate.

Mientras el dolor de mis muelas no me dejaba en paz, Sancho me reclamaba por la falta al juramento de no comer pan y de ahí lo que me había sucedido. En esas pasamos hasta que calló la noche y nos acercamos hacia unas luces. Al preguntar de donde provenían las luces un caballero desventurada se cayó de su mula y los demás señores huyeron. Explicaba el monje a nosotros su historia y del muerto que llevaban para sepultar en Segovia. Socorrió Sacho al sacerdote y les dijo sobre mis hazañas y me nombró como El Caballero de la Triste Figura, por mi cara tan delgada y mi dentadura tan destrozada. Nos dirigimos al prado para comer los alimentos que Sancho había adquirido del lugar. En la oscuridad profunda seguimos nuestro camino acompañados por extraños sonidos que no cesaban. Otra vez, mi instinto caballeresco floreció y sentía el llamado a mis labores, pedí a Sancho que permaneciera allí por tres días esperándome, si a ese tiempo, yo no aparecía debía ir al Toboso y contarle a mi amada Dulcinea de la muerte de su cautivo caballero por acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo. Mi escudero echó a llorar y como fiel amigo ató las patas de Rocinante para que me fuese imposible salir cabalgando hacia mi aventura. Decidí, entonces, salir a la mañana siguiente. Al amanecer salimos detrás de aquel ruido incesable, llegamos a unas peñas donde encontramos casa mal hechas y finalmente la causa del ruido, al principio temí por el nulo conocimiento de que se trataba pero Sancho comenzó a reír, descubriendo que se trataba de los mazos de un batán.

La batalla inesperada y sus inesperadas consecuencias.


Conversaba con mi amigo Sancho de mi nuestra gran profesión y de la gran satisfacción que debíamos sentir. Además de la pena que los dos teníamos, al soportar las batallas y seguir adelante. De pronto vimos una polvoreada conformada por toda una cuajada de un ejército innumerable. Después nos dimos cuenta que eran dos ejércitos que venían a embestirse en la mitad de la llanura. Supe que uno de los ejércitos lo conducía el emperador Alifanfarón, de la isla Trapobana, y el otro lo conducía el rey de los garamantas, Pentapolín del Arremangado Brazo. Nos subimos a una loma para observar mejor y desde allí empecé a describirle a Sancho algunos de los caballeros y sus armaduras, demostrando mi gran conocimiento. Sancho Panza empezó a sentir miedoo por la batalla pero yo, como caballero andante, sin miedo alguno, fui a decidir quien se llevaba la victoria, con mi lanza en el ristre y preparado para la gran aventura. El confundido Sancho empezó a delirar diciendo que eran carneros y ovejas pero mi instinto caballeresco no me engañaba. Sin más rodeos entré a la batalla y derribe a cuanto soldado se ponía en mi camino, pero cobardemente fui atacado por pedradas y caí malherido. Mi escudero acudió a mi ayuda, sentía algo no muy normal en mis dientes, pregunté a Sancho que había ocurrido con mi dentadura y Sancho vomito de la impresión. Cuando el hambre llegó nos dimos cuenta de que no teníamos las alforjas con la comida, entonces no pudimos satisfacer el apetito. Desventuradamente me contó Sancho del verdadero mal estado en que estaban mis muelas y el dolor en mis quijadas era algo insoportable.

miércoles, 28 de abril de 2010

Lo que sucedió al salir de la venta.

Mientras salía de la venta escuché sonidos que me indicaban el llamado caballeresco de otra aventura pero cuando escuche detenidamente realice que eran los gritos de mi escudero, me devolví a la venta pero estaba cerrada, la rodeé y me di cuenta del juego que le hacían a Sancho: con una manta y él en el medio de la manta, lo lanzaban a lo alto tantas y tantas veces. Por más que intente entrar a la venta, me fue imposible, hasta que de cansancio dejaron, los malvados hombres, de hacerle el mal juego a Sancho. A lo lejos trate de impedir que Sancho bebiera un jarro con agua que le había llevado la mujer de la venta porque lo podría matar y le ofrecí el santísimo bálsamo para sanarlo pero Sancho fuera de su juicio me mandó al carajo y bebió el agua. Después salió de la venta y continuamos el camino.

Lo que sucedió en la venta que creí castillo.

Llegamos al castillo, fui curado por unas doncellas y una moza del mismo, además muy amablemente me hicieron una cama para mi recuperación. Les contábamos, Sancho y yo, de los caballeros andantes y de mi desenvolvimiento en dicha, gran profesión. Paso que la hija del señor del castillo se enamoró de este caballero y que durante la callada noche vendría a yacer conmigo una buena pieza. Mi honestidad hacia mi señora Dulcinea estaba en juego, pero firme como siempre, no pretendía cometer alevosía contra Dulcinea del Toboso. Llegó la hermosa doncella al aposento del arriero, Sancho y mío, con una camisa de finísimo y delgado cendal, traía en las muñecas unas vislumbres de preciosas perlas orientales, los cabellos eran como hebras de oro de Arabia, finalmente arrojaba de su boca un olor suave y aromático. Le explique a la hermosa doncella de la imposibilidad de satisfacerla aunque de mi voluntad fuera. Sucedió, entonces, que un celoso gigante arremetido contra mí, con semejante puñada que me baño la cara en sangre, mis costillas, me las terminó de mal quebrar. Llegó el señor del castillo a ver que sucedía y se ha armado severa riña entre Sancho, la doncella y el señor del castillo por una confusión que realmente no entendía ya que, si acaso me servía algún sentido. Pero siempre haciendo un llamado a la justicia. Después de que un señor que decía ser de la Santa Hermandad Vieja de Toledo llamara a la calma y todos los involucrados menos Sancho y yo, salieran del aposento, recobré mis sentidos y conversé con Sancho de la más extraña aventura que me había pasado. Sancho también me contaba sobre la aporreada que recibió. Llego luego el moro encantado dirigiéndose a mí como un simple hombre, al reclamarle se aprovecho de mi estado para darme un candilazo por la cabeza. Mandé a Sancho a buscar el aceite, vino, sal y romero necesarios para hacer el salutífero bálsamo. Después de la debida preparación lo bebí y vomite un poco, quedé dormido, al despertarme me sentía aliviado y sano,listo para continuar mis aventuras sin ningún temor. Agradecí al señor alcalde del castillo todas las mercedes que habíamos recibido allí, también ofrecí mis talentosas bondades de caballero para si el alcalde tuviese alguna venganza o pago que cobrar. Pero el alcalde me negó alguna necesidad y más bien me dijo que aquel castillo que yo creía serlo, era una venta y que yo, caballero, debía pagarle la noche de hospedaje y la comida. Expliqué al alcalde mis labores y de como caballero no debía pagar posada ni otra cosa. Pero el alcalde se mostró desinteresado sobre mis derechos como caballero y me pidió la paga, sin más atención al mal hostelero salí en mi caballo de la venta.


sábado, 24 de abril de 2010

La desgracia durante la fracasada búsqueda.

Seguíamos, Sancho y yo, a Marcela por el monte donde vimos, ella se adentró. Anduvimos más de dos horas, buscándola pero sin éxito de encontrarle. Llegamos a un prado lleno de fresca hierba donde pasamos la siesta y comimos lo que encontramos. Desgraciadamente irrumpieron la paz una gente soez y de baja ralea quienes apalearon a Rocinante. Venganza debíamos tomar, saque mi espada y arremetí contra los yangueses que puede, pero eran mayoría. Nos derribaron al igual que Rocinante. En el suelo tendidos, contaba yo a Sancho del proceder cuando aparecen canallas como esos, yo no podía atacar porque ellos no están armados caballeros pero Sancho si podía atacar y derrotarlos a su manera. Pero mi escudero se echo para atrás en esa decisión. Entonces tuve que explicarle la importancia de saber manejar éstas situaciones ya que era necesario para gobernar una ínsula, por ejemplo. Le explique la gran vida de los caballeros andantes y los peligros que ésta profesión implica. Después de ese largo tiempo nos levantamos con muchísimos costos y quebraduras.

Seguimos nuestro camino y descubrimos un castillo.

viernes, 23 de abril de 2010

Lo que sucedió a la mañana siguiente.

A la mañana siguiente nos pusimos al camino los cinco cabreros, Sancho y yo. Se nos juntaron en el camino seis pastores. A los cuales les explique me orden de caballero andante y algunos antecedentes ya que, ellos extrañamente no habían leído de mi afamada profesión. Charle con un caminante de mi profesión y de mi dama: Dulcinea de la cual el caminante no tenía idea de que existía: Oh ignorante! Llegamos al quiebre de dos montañas donde iba a ocurrir el suceso.

Vimos al difunto, Ambrosio, el gran amigo de Grisóstomo, dio una breve referencia de su amigo, Vivaldo, uno de los pastores, le pidió a Ambrosio que recogiera algunos de los papeles que rodeaban el cuerpo del difunto para que esa crueldad, escrita, sirviese de ejemplo para las tiempos venideros. Ambrosio tomó algunos de los papeles que estaban más cerca. Uno de los papeles tenía por título: Canción desesperada. Vivaldo la leyó mientras se abría la sepultura, en ella Grisóstomo se quejaba de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela. De pronto apareció la pastora Marcela, por encima de la peña donde se cavaba la sepultura. De inmediato Ambrosio preguntó con un indignado tono, que era lo que quería y hacía ahí. Respondió la pastora que no venía a hacer ninguna de las cosas que Ambrosio demandó, en voz de su amigo, que pudiese venir a hacer, sino, que venía a aclarar el motivo de las penas de todos los que estaban lamentando la muerte de Grisóstomo. Explicó Marcela que no por ser hermosa estaba obligada a amar a todo lo que decía amarla y que los que se han enamorado de ella con la vista, ella los ha desengañado con palabras. Aseguro con sus fundamentos que Grisóstomo murió por porfiar después de desengañado, lo mató impaciencia y arrojado deseo. Declaró, además, que ella pretendía vivir en soledad, conviviendo, únicamente, con la limpieza de los árboles. Diciendo esto entró por un monte y desapareció. Algunos descarados presentes, querían seguirla pero era necesaria la intervención de mi profesión, con furia e indignación no permití que ninguna persona siguiera a la hermosa Marcela, la cual había demostrado por diversas razones la poca o ninguna culpa con respecto a la muerte de Grisóstomo. Se procedió entonces a la sepultación del difunto.

Me despedí de mis huéspedes y de los caminantes, quienes me rogaron acompañarlos a Sevilla pero mi obligación estaba en despojar a los ladrones de todas éstas sierras.

Determiné buscar a Marcela y ofrecerle todo lo que pudiese darle.